La Huerga

Por La Huerga en San Esteban del Molar

El camino descubre la esencia terracampina: horizontalidad y verticalidad eternas

Si en general la Tierra de Campos impacta por la amplitud y desnudez de sus paisajes, también atesora la inesperada fascinación de rincones íntimos y seductores. En esta ocasión vamos a conocer uno de ellos, ubicado en el término de San Esteban del Molar.

Rutas y excursiones

Salimos del pueblo hacia el oeste a través de la calle del Reguero, que viene a ser el eje principal de la localidad. Accedemos a una encrucijada compleja, con varias calzadas convergentes. Una de ellas es el Camino Real de Madrid a Galicia, ruta antaño muy importante, suplida en nuestros tiempos por la paralela y cercana autovía. No la seguimos nosotros en esta ocasión, pues optamos por una rodera cascajosa que parte a mano izquierda. Por ella pasamos aliado de las instalaciones destinadas a la recogida de aceites usados y, un poco más allá, nos introducimos en una primera y frondosa alameda. El verdor y la sombra de la masa forestal ofrecen un cobijo amable que alivia agobios y tensiones.

Caminamos por una vaguada suave y abierta por la que discurre el arroyo denominado de la Huerga. Este lecho acuático se forma en plena llanura, unos tres kilómetros hacia el norte. Desde aquí prosigue otros quince kilómetros más, para desembocar en la Salina Grande, dentro del Espacio Natural de las Lagunas de Villafáfila, del cual es el principal curso emisor. A pesar de contar con corrientes sólo invernales, genera una cinta de humedad que favorece la existencia de prados y matas arbóreas. Su propio nombre señala bien a las claras esa condición, ya que en el viejo idioma leonés huerga significa reguero y también zona pantanosa.

A poco de dejar atrás esa inicial espesura, construido sobre un breve otero, divisamos uno de los típicos palomares de la zona. Perduran varios ejemplares de ese tipo en el término local, pero éste es el más hermoso y mejor conservado. Posee planta cuadrada, puerta con dintel y una techumbre piramidal formada por cuatro tejadillos escalonados con una especie de pináculo sobre la cúspide. Todo es sobriedad, pues carece de adornos superfluos, pero esas formas originan estampas bellísimas, de una estética concisa pero rotunda.

Después, en un tramo la arboleda se aclara, con chopos intermitentes a orillas del arroyo y carrizos en ciertas zonas del cauce. Los lindones que separan la zona inferior de las amplias parcelas aledañas aparecen colonizados por cardos muy altos, los cuales generan una barrera punzante, disuasoria. Sobre los altozanos inmediatos asoman ciertas naves ganaderas, montones de paja empacada y diversas casetas auxiliares.

Algunos cientos de pasos más adelante penetramos en un segundo y exuberante soto. A su orilla, en una depresión contigua que se abre hacia el oriente, divisamos un amplio corral, conocido con el nombre de El Sestil. Tal encerradero conserva, desportilladas, las paredes pétreas originarias y una pequeña laguna que sirvió de abrevadero. Aunque en nuestros días forma parte de una propiedad privada, nos dijeron que antaño fue un terreno comunal, que servía de descansadero para los ganados trashumantes. Y es que la pista que cruza por las proximidades, sigue rotulada como Cañada de Madrid, itinerario ganadero que enlazó la capital del reino con las montañas leonesas y gallegas. Hemos de evocar el paso de grandes rebaños, en su doble desplazamiento anual, pernoctando en este lugar, a la vez que las reses reponían fuerzas con los pastos jugosos que prosperan en las inmediaciones. Unos pocos pinos aún jóvenes marcan breve sombra en los espacios baldíos colindantes.

Justo al lado, la zona arbolada se ensancha, con álamos muy altos y vigorosos, permitiendo arraigar punzantes matorrales bajo ellos. En uno de los rincones más a menos y recónditos descubrimos un edificio moderno, bien resuelto, que exhibe el letrero de Refugio El Cebadero. Es un local creado por la sociedad de cazadores locales, los cuales lo emplean colectivamente para reuniones y esparcimiento.

La floresta concluye de repente, marcando rotundos contrastes con la desnudez que le sigue. Nosotros continuamos hacia el sur por el medio de la campa, pues las roderas desaparecen tapizadas por la hierba. De trecho en trecho hallamos ciertos árboles a las orillas del cauce, alguno de los cuales yace derribado por el viento. Reconocemos ejemplares extraños como olmos canadienses y arces jóvenes. A su vez, los sauces, los chopos y los escaramujos son propios de la zona. Tras avanzar otro kilómetro más, la pradera se ensancha al unirse con el vallejo por el que baja el llamado regato de la Polea. En el centro de estos espacios existe un pozo cuyo pretil se ha rehecho con piedra hace poco tiempo. Su boca aparece cerrada con fuerte reja. Ese sondeo sirvió para extraer el agua con la que dar de beber a los ganados en los estíos. Algunas decenas de metros hacia la izquierda hallamos otro pozo, esta vez carente de brocal o parapeto, precariamente cerrado con ramas. A su orilla aguanta una pequeña aunque vieja higuera, tal vez nacida de semillas traídas por algún pájaro.

Abandonamos aquí las riberas del Huerga, para remontar ahora junto a ese regato de la Polea. Enseguida bordeamos una extensa laguna, generada con un dique térreo elemental. Su interior, colonizado por cañaverales, se ha dragado hace escaso tiempo. Continúa por esta zona la banda comunal de praderías, apacible y amena, desprovista de cualquier tipo de vallas que obstaculicen el paso. No muy lejos, plantado sobre un talud, llama la atención un retorcido y añoso almendro, cuyas ramas, atribuladas, bien recias, se recortan sobre el cielo. Más arriba volvemos a encontrar otra chopera. Marca las lindes de una finca en la que se emplaza una modesta caseta semi oculta por la fronda de pomposas higueras y algún otro frutal.

53 km

Distancia desde Zamora

6 km

Longitud total del trayecto

2h

Tiempo aproximado

Dificultad:

Baja

Un trecho campo a través

Detalles de interés:

Paisaje de llanura, sotos frondosos,
árboles reseñables, palomares,
arquitectura tradicional, monumento
religioso, itinerarios históricos.

Llegamos en este punto a la carretera que comunica San Esteban con Vidayanes. Concluyen junto a ella los espacios libres municipales. En verdad, aunque podemos tomar esa vía asfaltada para completar la ruta, decidimos atravesarla y avanzar arroyo arriba. Lo hacemos bien pegados a sus bordes si la finca contigua está sembrada, o libremente a su través si la mantienen en barbechera. Alcanzamos enseguida el camino denominado del Espino y por él, torciendo a la izquierda, ascendemos por una larga aunque suave cuesta. Recorremos ahora parajes totalmente rasos y desnudos, sin ningún elemento inmediato en el que se fijen las miradas. En ese desamparo llama poderosamente la atención un pino, aislado, solitario hacia el oriente. Sentimos su existencia huérfana y desvalida, desprovista del apoyo de otros compañeros de su especie. Al carecer de competencia en la lucha por captar la luz solar, su copa resulta achaparrada, grande, sujeta sobre un tronco recio pero corto. Un tanto más al sur se situó el ancestral desolado de Villanueva la Seca, yermo desde el siglo XVI.

Coronamos la cuesta y pasamos por delante de unas amplias naves ganaderas. A su lado topamos con un empalme y en él elegimos regresar directamente al casco urbano. Por este tramo avistamos la cercana autovía, la que enlaza Madrid con La Coruña, una de las arterias de comunicación más importantes del país. El ruido del tráfico resulta incesante y turbador, pero ese movimiento proporciona vitalidad al pueblo, ya que al contar con acceso se mantienen diversos establecimientos hosteleros al servicio de los viajeros. Divisamos también la propia localidad con cierta perspectiva. Sobresalen desde lejos, además de las dispersas tenadas, el enorme silo, los depósitos de agua, la torre de la iglesia y el frontón. Las casas se agazapan, en su mayor parte, dentro de una disimulada hondonada, como si buscaran amparo frente a la inmensidad circundante. Ya entre ellas, de eje principal actúa la antes citada calle del Reguero, denominada así porque fue el lecho de una torrentera natural que recibía los aportes de aguaceros y tormentas. Tras pavimentarse surgió una amplia calzada y quedaron dos breves ensanchamientos que se dotaron de jardinillos con arbustos. En uno de ellos veremos el histórico rollo, columna justiciera de la cual sólo se conserva una de sus partes.

Por una travesía secundaria accedemos a la Plaza Mayor. Posee formas irregulares, exhibiendo en uno de sus laterales la sede del ayuntamiento. Es éste un edificio nuevo, dotado de reloj público y campana, además de balcones para colgar las preceptivas banderas. A su trasera se abre otra explanada, más regular, donde se ubican las antiguas escuelas, el consultorio médico y el albergue municipal.

La vecina iglesia se encarama sobre una breve mota cuyas laderas aparecen consolidadas con gruesos muros. Un par de escalinatas permiten acceder hasta su atrio, sombreado por frondosas acacias. Al centrar nuestra atención en el propio templo, lo veremos construido mayormente de ladrillo. Su puerta queda dentro de un pórtico que antaño hubo de ser más largo, ya que se distinguen otros cuatro vanos, tapiados ahora. El campanario destaca con energía. Es una torre cuadrada formada por tres cuerpos, de los cuales los dos inferiores son excepcionalmente de piedra. El más bajo posee un extraño friso de arcos ciegos de ladrillo, apoyados sobre ménsulas salientes, que no lo hemos conocido en ningún otro lado. Su cronología puede ser bastante antigua. Al acceder al interior, veremos que consta de tres naves separadas por arcadas de medio punto y techumbres planas. Todos los paramentos aparecen pulcramente enfoscados y pintados, desprovistos de la emoción de los siglos. Lo más antiguo que podemos contemplar es la pila bautismal, un gran cuenco pétreo ornado con gallones y grandes cruces. Los retablos muestran diseños rococó, con columnas jaspeadas y cierta contención ornamental. En el del lado del evangelio se entroniza la venerada figura del Cristo de la Misericordia, a cuyos pies se muestra el texto del Voto de Villa fechado en 1921. Relatan que, en el año 1876 y nuevamente en ese citado 1921, como consecuencia de tremendas sequías, realizaron un novenario ante esta imagen y en ambos casos comenzó a llover copiosamente salvándose las cosechas. Además, lo curioso fue que tales aguaceros se concentraron sólo dentro del término local, hecho que se tuvo como milagroso. Desde entonces, cada 17 de mayo celebran una misa en acción de gracias.

Rutas a pie por tierras de Zamora |Tierra de Campos
Textos y Fotografías: Javier Sainz | La Opinión de Zamora



También te pueden interesar:



DESCARGA AQUÍ LA RUTA COMPLETA