Aquellos Pueblos

Aquellos Pueblos | By A. Modroño

Aquellos Pueblos

"Mi principal interés es que perdure el recuerdo
esas formas de vida, aún recientes, pero ya desaparecidas"
.

Se han eliminado algunos relatos de "Atisbando el borrajo" se han corregido y se han añadido otros. Ya están a la venta unos pocos ejemplares de "Aquellos pueblos". Aunque los visitantes del blog hayan leído esos relatos ya desaparecidos, como habrán comprobado, «la literatura suponiendo que mis letrajas lo sean», dice Agapito Modroño «se degusta en el papel, en las páginas de un libro». Además tiene fotos, la de la portada es una joya, para reflexionar.

Modroño Alonso, Agapito | Castilla Ediciones | ISBN: 978-84-96186-92-7 EAN: 9788496186927


Esos pueblos (vivos) de antaño

Agapito Modroño, de Villalpando, recoge en un libro de relatos el palpitar del mundo rural de su niñez, un universo, crudo y duro, de valores humanos.

Nunca antes en la historia, en tan poco tiempo, se había dado un cambio tan grande. Del arado romano al ordenador. De las Cabañuelas a la predicción a la carta del estado de ánimo del cielo. Y todo, en nada, en un puñado de décadas, las que ha vivido Agapito Modroño en su Villalpando de las entrañas. Maestro, político, sabio rural, escritor y una larga retahíla de inquietudes propias del hombre que siente. Acaba de publicar su quinto libro que hace honor al dicho taurino. En menos de 200 páginas revive un universo, el de su infancia, que sufre ahora su particular big-bang. Con un lenguaje que bebe en los clásicos y en los viejos (que no es lo mismo) consigue recrear la crudeza, la viveza, la miseria y la riqueza (espiritual) de los pueblos de antaño.

«La sociedad rural tradicional era dura, que nadie piense que aquello era el paraíso; era el mundo del esfuerzo, del sufrimiento, pero también de los valores humanos, de la interrelación entre generaciones, los niños sabían lo que pensaban sus abuelos». Agapito Modroño Alonso (72 años), terracampino militante, resume así el mensaje que se esconde en las tripas de su último libro, un ábaco que revive ese cosmos que aún culebrea en los genes de los que arrugamos la piel con más de cinco décadas y mamamos el silencio bullanguero del ambiente rural.

«Aquellos pueblos» (Castilla Ediciones) recoge una treintena de miradas sobre esa sociedad de posguerra que se escondía entre casas de adobes, gavillas de candeal, un mar de tradiciones y el miedo a saber más allá de lo que venía en la enciclopedia Álvarez. El ciclo agrario, sus respiraciones, sus esfuerzos, sus celebraciones están en el libro de Agapito Modroño. Irrumpen gritando, con una prosa reluciente, cargada de expresiones que dicen más que tratados filosóficos enteros.

El habla de la Castilla vieja, la que puso nombre a todas las cosas, que deslumbró y sacó a Delibes de la ciudad, ahí está, enredándose entre los relatos, derritiendo el carámbano en que ha devenido la lengua actual, presa del minimalismo y los grilletes de la fabla del imperio (anglo-americano, se entiende).

La escuela del florido pensil está en las páginas de «Aquellos pueblos», también las labores agrarias, las tradiciones, las capeas, un horizonte de sensaciones que afloran sin querer y que van retirando paladas de recuerdos del cerebro para llegar abajo, a la raíz, lo que nos ha hecho como somos.

Pero también hay relatos vitales que arrastran al lector hacia un mundo nostálgico y miserable a la vez, donde el trabajo, el esfuerzo lo era todo, donde la enfermedad dormía con la muerte y los estamentos sociales eran barreras de espinos guardadas a capa y espada por la Guardia Civil.

Agapito Modroño lo tiene muy claro: «Hay que contar lo que vivimos, pero sin sublimarlo, que los tiempos de antaño fueron de angustia, de sobrevivir trabajando de sol a sol, de injusticias, donde salir de los pueblos era difícil, solo al alcance de los privilegiados». Pero, eso sí, «ese espacio vital estaba lleno de valores humanos, era una sociedad mucho más solidaria, compartía todo, los vecinos se ayudaban en las tareas diarias, se repartía el alimento, se realizaban trabajos en común, la familia era clave, un asidero imprescindible».

«El reloj que movía las relaciones humanas era el del esfuerzo, entonces solo estudiaban los que tenían dinero. En los pueblos se impartía la enseñanza primaria y los niños ayudaban a su familia, realizaban trabajos de todo tipo».

Agapito Modroño es consciente de que «en una generación ha habido un vuelco en todos los sentidos, en costumbres, en trabajo, en todo. Los mayores cambios y los más importantes, sin duda, en sanidad». Nunca se olvida de los «sellos» (de penicilina) que le salvaron la vida, gracias al enorme esfuerzo que tuvo que hacer la familia para reunir el dinero que entonces costaba el «lujo» de utilizar el primer antibiótico.

El autor justifica su «parto» literario en la necesidad de que «sepan nuestros hijos y nietos cómo era la vida en los pueblos», también para hacer «más grato» el retorno de los emigrantes a sus pueblos. El libro recoge unas «crónicas» y unas «charlas» escritas entre 1991 y 1998, salpimentadas con otros relatos, varios de ellos premiados en concursos literarios.

En la introducción, el autor deja muy claro su vedemécum: «Deseo contribuir a que perdure el recuerdo y el conocimiento de esas formas de vida, costumbres, escaseces, penas y alegrías; labores, aperos, utensilios, el léxico que los identifica». Agapito Modroño cree que la intención de «Aquellos pueblos» es «suplir esa carencia del abuelo a la lumbre, atisbando el borrajo».

Hay relatos como «Los toreadores» o «El cazador furtivo» que escenifican una crónica social de la época, de sus vicios y también de sus celebraciones, de ese submundo de miseria que estaba lleno de grandeza de gestos, de pícaros y también de héroes.

Hay otros cuentos cargados de intimismo, de confesión. En «La máquina de escribir», la mítica Remington portátil made in USA de nombre rimbombante y misterioso, el autor desvela una historia preciosa -y precisa- que engancha y que da vida a un útil impagable que cobra personalidad propia, al impregnarse de la personalidad de sus dueños.

«La borrachera histórica» está cargada de simbolismo y define la personalidad del castellano, del terracampino, seco y frío, pero capaz de ponerse en ebullición cuando se cruza por medio un descubrimiento sorprendente.

La Castilla profunda aparece retratada en la prosa, rica, variada y profunda, de Agapito Modroño. Pero no la de las gentes desconfiadas, hasta un poco crueles del interior reseco, la tierra de curas y soldados, no; la Castilla solidaria, dispuesta a sobrevivir brincando por encima de las penalidades, de esas amanecidas estivales que olían a sudor, metidas en jera, en los mares dorados de trigo, donde, a pesar del cansancio, del polvo que atoraba el alma con tapones de barro, manaba fresca la amistad y el sentido de familiaridad, de vecindad, el valor del esfuerzo y la lucha permanente por llegar a mañana, porque los hijos tuvieran un porvenir más abierto, menos sincopado.

Hay mucha nostalgia en las crónicas rurales del villalpandino. Pero, ojo, que no es hombre que se deje enternecer, que sabe que hoy, pese a las circunstancias y esa sensación de abatimiento que lo inunda todo, se vive mejor que hace décadas. Y lo dice, y lo demuestra a todo aquel que le pregunta. Que es conversador -y articulista-, que no se calla.

¿Tiene futuro el ámbito rural? El Agapito político (fue candidato al Congreso por UPyD en las pasadas elecciones) se lo piensa, pero el maestro y el agricultor contesta de corrido: «Las aldeas pequeñas tienen puesto el certificado de defunción, los municipios grandes tienen cierta vida y es posible que hasta la crisis les venga bien para reforzar sus valores económicos con vistas al futuro».

El libro está salpicado de fotografías. Alguna de ellas es una novela, por lo que se ve y lo que se adivina. La imagen de la portada es una tesina de la posguerra. «Debe ser por diciembre del año 1941, los vecinos, pudientes y no pudientes, firmes, esperan la llegada del gobernador. Miradas expectantes, de respeto y temor». Hay también un aire de ceremonia, de ese amaneramiento propio de una celebración marcada por el peso -y el poso pegajoso- de la autoridad. Tiempos aquellos de miseria y grandeza.

Celedonio Pérez » La Opinión de Zamora

Agapito Modroño Alonso, | Villalpando. - C/ Silera 3.- | Tef. 980 66 02 43 – 616 499 148 | Maestro de Escuela jubilado.

© sobrevillalpando.blogspot.com

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