Isidro de Merlo y Quintana

Isidro de Merlo y Quintana,
Patrón de los campesinos

La vida de San Isidro ha sido y será siempre una acusación de los que viviendo en el estado llano y humilde de la república, dados a la labranza o al comercio o las demás artes de la vida civil, ocupados en el gobierno de sus casas, y ganando el pan con el sudor de su frente; se creen escusados de aspirar a mas en el camino de la virtud, y de ir subiendo siempre hasta la cumbre de la perfección cristiana. Nació este siervo de Dios en Madrid por los años 1081. No se sabe de que linaje fue, ni quien eran sus padres, sino que eran buenos Católicos, y que lo criaron con temor de Dios. Los defectos de la niñez corregían en el con grande esmero. No decían como muchos padres de ahora cuando juran sus hijos o maldicen; es niño, no sabe lo que se hace, en siendo grande se le advertirá, y se enmendara: gente simple e incauta, que no quiere aprovechar el tiempo y la sazón de enderezar lo torcido. Desde muy pequeño lo dedicaron a cultivar las tierras como es uso de labradores. Tenía Isidro gran cuenta con la pena general que nuestro Señor impuso al humano linaje, de ganar el pan con trabajo: castigo de que muchos hablan, y si pueden eximirse de él, lo hacen muy de gana: y así acepto esta sentencia, poniendo las manos en la labor para no mantenerse de sudores ajenos. No era este labrador como algunos de ahora, que aunque madrugan y están en el campo de sol a sol, y pasan por hielos y bochornos en las varias estaciones del año, pierden todo este sudor porque no trabajan con espíritu de Cristianos, ni enderezan sus labores a la gloria de Dios, ni del Señor se acuerdan en todo el día. Isidro daba a cada cosa el lugar que le corresponde; anteponía las espirituales a las temporales, no al revés como se usa en el mundo. Antes de ir al campo oía Misa, visitaba todas las Iglesias de Madrid, pasándosele en esto mucho tiempo; y con ir tarde a su heredad, al cabo del día había trabajado tanto o más que sus compañeros. No digo yo que los labradores y la gente de oficio tomen a la letra este ejemplo en que el Santo procedía por especial movimiento de Dios; sino que atenidos a su espíritu, consagren a Dios las primicias del día, encomendándose al Señor antes de comenzar su trabajo. Llegaba a la heredad y comenzaba su labor; araba y oraba, la mano en la reja, y el pensamiento en Dios: los ojos en el campo, y el corazón en el cielo. Solía prorrumpir de cuando en cuando en alabanzas de Dios o en otras palabras que avivasen la caridad que en su pecho anidaba. Cantares profanos ni palabras ajenas de la limpieza y santidad de la religión nunca se oyeron de su boca, en lo cual es poco imitado de los labradores que ahora se estilan en España, gente que por lo común abusa de su ejercicio para criarse en perpetua rusticidad e ignorancia, y desecha el candor y la sencillez que resplandecía en los campesinos de la pasada edad. No tienen paciencia para aprender las obligaciones de cristianos en que Dios los ha puesto, y desde que les salen los dientes saben de memoria cuentos y cantares sin número que solo oírlos hacen temblar.

Algunos envidiosos del Santo lo acusaron a su amo Juan de Vargas, diciéndole que aquel mozo cobraba por entero su soldada, y con achaque de que hacia oración se andaba de Iglesia en Iglesia holgando gran parte del día. Reprendió lo el amo, al cual respondió Isidro con mansedumbre, que no era hombre para quitar a nadie lo suyo, que hiciese tasar el menoscabo que por su causa padeciese la heredad, que él se lo pagaría. Aunque por entonces se sosegó el amo con esta respuesta, todavía para mas satisfacerse, y ver por sí mismo si era mentira o verdad lo que de él le habían dicho, se fue una mañana al campo donde había de arar, y alii se escondió para acechar cuando Isidro venia y lo que trabajaba. Llego nuestro Santo tarde a la hora de siempre, y como Juan de Vargas con grande enojo se encaminase hacia el para reprenderlo; vio que junto a Isidro andaban otras dos yugadas de bueyes con sus mozos arando; de lo cual maravillado con muy otro animo se encamino a la heredad, y del mismo Isidro a quien hallo solo, entendió que él no había llamado ni visto a nadie que le ayudase, ni tenía más favor que el de Dios a quien llamaba como hijo con gran fe en todos sus aprietos. Con esto quedo cierto el amo de que Isidro era buen siervo de Dios, y le encomendó su hacienda.

Al compas del amor de Dios crecía en él la misericordia para con los pobres. Davales de lo poco que tenia con buena voluntad; al revés de otros que tienen mucho y no dan, o dan de mala gana, o por fines y respetos ajenos del espíritu de la limosna, y así todo lo pierden.

Fue casado San Isidro con Santa María de la Cabeza, semejante a él en los pensamientos y deseos y en el temor de vida, con la cual vivió mucho tiempo junto a Tordelaguna en Caraquiz, no lejos de una heredad que a María habían dejado sus padres; luego junto a Carabanchel. Bendijo Dios este matrimonio dándoles un hijo: luego vivían como hermanos vida de Ángeles. Así en este tiempo como antes y después hasta que murió San Isidro, obro Dios por su intercesión señaladas maravillas. Llegado el tiempo en que quiso el Señor premiar las virtudes de su siervo, cayo malo en la cama, y sintiendo que se le acababa ya la vida, habiendo recibido los santos Sacramentos, y exhortado a los de su casa a que fuesen buenos, y sirviesen a Dios; hiriendo muchas veces su pecho, y con las manos altas clavando los ojos en el cielo partió de esta vida el día 30 de Noviembre del año 1172. Tenía nuestro Santo cuando murió 90 años sobre poco más o menos. Reinaba entonces en Castilla D. Alonso el Bueno. Alejandro III era sumo Pontífice.

Fue S. Isidro de estatura más que mediana, sano, fuerte de complexión y robusto; abultado de cara, aunque por su continuo trabajo y mortificación no de tantas carnes como su naturaleza pedía.

Cuarenta años estuvo su santo cuerpo enterrado en el cementerio de la Parroquia de San Andrés de Madrid, sin que persona alguna lo visitase ni hiciese estima de aquel rico tesoro. Pasado este tiempo se apareció el Santo a un labrador y a una mujer que estaban avecindados en Madrid, y les dijo que era voluntad de Dios que su cuerpo fuese trasladado a lugar más decente. Averiguada la verdad del caso, los parroquianos con solemnidad abrieron la sepultura, y hallaron el cuerpo con la sabana que le habían envuelto, entero sin rastro de corrupción, y lo colocaron en la Iglesia entre el altar mayor y el colateral de S. Pedro. Desde aquel tiempo todos generalmente le llamaban Santo. Pocos años después fue trasladado a la capilla que le edifico el Rey D. Alonso VIII. El año 1535. Se concluyo otra decente capilla que D. Francisco de Vargas Tesorero de Carlos V, con facultad de León X, había comenzado a labrar junto a la misma Iglesia al norte como unos quince años antes. Desde que fue colocado en ella el sagrado cadáver, tuvo Capellanes propios para el servicio de su altar. Llamabase esta capilla en lo primero del cuerpo de S. Isidro, luego se llamo de S. Juan de Letrán: ahora se conoce con el nombre del Obispo, sin duda por D. Gutiérrez de Vargas y Carbajal Obispo de Palencia, que la concluyo habiendo fallecido D. Francisco su padre. Hacia la mitad del siglo XVI, depositaron el sagrado cadáver en el presbiterio de la misma Iglesia Parroquial al lado del Evangelio. En 1620, fue encerrado en el arca de plata que labraron los plateros de Madrid para celebrar su beatificación, y dentro de ella permaneció en el mismo sitio. En 15, de Mayo del año 1669, fue trasladado a la magnífica capilla que al medio de la Iglesia se edifico en el crucero, nombrándose doce Capellanes y uno mayor que lo es el Arzobispo de Toledo.

De esta capilla fue trasladado el cuerpo de San Isidro junto con el de su esposa Santa María de la Cabeza a la Real Iglesia de su invocación donde hoy existe, el día 4, de Febrero del año 1769.

El estado de integridad en que actualmente se conserva nuestro Santo, describe el Canónigo Don Manuel Rosell como testigo de vista por las siguientes palabras: El cuerpo de San Isidro, actualmente encerrado en el arca, esta echado sobre un colchoncillo de tela listada, que ocupa todo el fondo de ella, envuelto en un sudario de lienzo muy fino de más de tres varas de largo, y más de dos de ancho, guarnecido todo de encaje muy rico que tendrá como una tercia de ancho. Tiene un poco levantada y vuelta la cabeza hacia la derecha y descansa sobre una almohadilla de cosa de una tercia que está dentro del sudario. Todo ello se cubre con un paño de seda bordado, algo mayor que el hueco del arca. Es de tal estatura y tan largo, que para que coja dentro del arca, es preciso ladearle un poco poniéndole sobre la diaconal de ella.

El cuerpo está unido y entero en huesos, carne y piel, a excepción que tiene algo comidos o gastados los labios, y la punta de la nariz; y también le faltan la mayor parte de los dedos de los pies y dientes de la boca, y un poco de carne de la pantorrilla izquierda: quiebras originadas por la mayor parte de la indiscreta devoción de algunos. No tiene pelo en la cabeza y barba; pero sí la carne y piel blanca y seca que le corresponde. Las cuencas de los ojos no están vanas; y se le ve un diente muy blanco en la mandíbula superior de la izquierda, y. algunos pedazos de muela de la inferior.

El cuello, en lo que se presenta a la vista, conserva toda su carne y piel, mas con el movimiento de la almohadilla, al parecer, se observa que se va desuniendo, y por lo que abre, aunque poco, se descubren las fibras y nervios que se van rompiendo. El pecho tiene el color de carne un poco tostado, y con alguna rubicundez, y se hunden los dedos cuando con ellos se comprimen algunas partes. Lo mismo sucede con los muslos y piernas que conservan bastante frescas sus carnes, y el color no dista mucho del que las corresponde.

Tiene los brazos cruzados sobre el vientre, asegurándose el siniestro que despego la Reyna Doña Juana, contra el derecho con una cinta encarnada; y entrambos a dos están mas secos y denegridos que el resto del cuerpo. Tiene ceñido por la decencia un lienzo algo grueso, y no muy viejo; todo lo demás está enteramente desnudo. Por manera que después de veinte y ocho años que no se había descubierto, y cuando había bastante motivo para recelar que estuviera ya deshecho, hemos logrado la complacencia de ver que Dios continúa el milagro que celebro la antigüedad, y aprobó la silla Apostólica, conservando entero el cuerpo de San Isidro después de seiscientos y mas años que murió; y de cuarenta que estuvo bajo tierra y expuesto a las inclemencias del tiempo en el cementerio de la Iglesia Parroquial de San Andrés.

Dr. D. Joaquín Lorenzo Villanueva, 1792


También te pueden interesar:

No hay comentarios :