Lamparillas

Un Padre Nuestro, Hermano
pido reces por Mí,
que más tarde o más temprano
tendrás que venir aquí.

Como te veo, me vi,
como me ves, te verás.
Y entonces, también querrás,
que te lo recen a Ti.


“Lamparillas”

Ya de todos los Santos llego la tarde, se oye de las campanas triste tañido, para que aquel que aún vive en la memoria guarde de los que en el sepulcro le han precedido.

Por eso al Camposanto, según costumbre, suele acudir la gente todo aquel día, mas va por el camino la muchedumbre lo mismo que si fuese de romería.

Incrédulo, no pases... ya que tranquilo ese lugar se encuentra, no le profanes, que allí tendrás mañana seguro asilo como fin de tus penas y tus afanes.

Para que pueda el triste calmar sus duelos, y para que la gente no sufra tanto, hay puestos de castañas y de buñuelos, junto a la puerta misma del Camposanto.

El sagrado recinto lleno de luces, sobre las sepulturas gasas y flores; ¡dichosos los que duermen bajo esas cruces sin sufrir de la vida los sinsabores!

Ved ese mausoleo. La muerte ruda sobre el que allí reposa lanzó su rayo, y atribulada y triste su hermosa viuda para mostrar su pena mandó al lacayo.

Más pronto al pobre muerto diose al olvido trocando en alegría su negro luto, pues mientras manda luces á su marido, ya le está preparando su sustituto.

Ya el sol su brillo apaga, triste y medrosa a echar su negro manto la noche empieza; sólo queda una anciana junto á una fosa, es una pobre madre que llora y reza.

--¡Oh, qué santos recuerdos! Era yo niño y mi madre decía: -Recemos juntos por los que nos tuvieron tanto cariño, que para eso es la noche de los difuntos.

Del Purgatorio al cielo no hay más que un paso, las almas de los nuestros Dios las reúna; ya estarán en la gloria, más por si acaso pon una lamparilla por cada una.

Y sigue estas costumbres, sanas, sencillas, porque su santo influjo no es ilusorio, pues agradecen mucho las lamparillas las ánimas benditas del Purgatorio.

Ven y recemos, hijo, pues aunque intente arrastrarte el impulso del modernismo, esta práctica hermosa tenia presente y cuando yo me muera reza lo mismo.

--Pasaron de mi infancia los días bellos; ya se han muerto los seres que quise tanto, y al verme aquí tan solo, me llaman ellos desde aquel rinconcito del Camposanto.


Presto iré, no desoigo su amante aviso; ¿qué es para mí la vida sin ilusiones? pero hasta que yo vaya, por si es preciso, no quiero que les falten mis oraciones.

Y aunque ya lo que es bueno se va olvidando, aún si todas las casas vais recorriendo, ¡cuánta gente esa noche veréis rezando y cuántas lamparillas veréis ardiendo!

De mi madre el encargo cumplo obediente, nada me importa el mundo ni sus hablillas, que á pesar de sus burlas, mientras yo aliente, no han de quedar mis muertos sin lamparillas.

Juan Redondo y Menduiña

“El cementerio de los niños”

Del pobre Camposanto
en un rincón tranquilo,
como un cesto de flores,
está el alegre patio de los niños...

Cual nidos de palomas
nevados son los nichos,
allí no llora el sauce
su lagrimeo fúnebre y sombrío.

Doradas siempre vivas,
inmaculados lirios,
violetas y jazmines,
perfuman aquel mágico recinto.

Azules mariposas,
en amorosos giros,
imprimen blancos besos
en las sencillas cruces de los nichos.

Y flotan en los aires
encantadores ritmos...
¡los canticos de oro
Que entonaran las almas de los niños!

Juan R. Jiménez

Del culto a los difuntos, en los cementerios tradicionales, a la fiesta de Halloween puede haber un verdadero abismo. Sin embargo, el crisol de culturas en el que se ha convertido la provincia, es capaz de aglutinar esas costumbres dispares, que giran en torno a una misma fiesta, la que se celebra entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre en buena parte del mundo.
Noche de difuntos en las redes sociales, mejor desde una wifi publica porque nuestra tarifa de datos tiene mas telarañas que las fotos de Halloween, disfraces y calabazas invaden las tétricas imágenes que sepultaran otros contenidos, acosados todo el año por fantasmas, corruptos que nos han dejado en los huesos, ¿muertos vivientes?... ritos y tradiciones, mezclan relatos de viejas leyendas, entorno a la muerte, cada una de ellas posee un especial significado y un protagonismo en más de una historia de esta tierra de campos. ¡Haberlas hailas!

Zamora no se tomó en una hora, resistió, y junto a sus murallas se vivió un hecho histórico que ha entrado en lo legendario, al implicar a Rodrigo Díaz de Vivar, “la leyenda de la puerta de la traición”, en el siglo XI cuenta cómo se las gastaban aquellos reyes hispanos. “Murió Fernando I en 1065, Rey de Castilla, dejó repartido el reino entre sus cinco hijos, dando a García, Galicia; a Sancho II, Castilla; a Alfonso VI, León; a Elvira, Toro, y a Urraca, Zamora. Pero como la tradición mandaba que el hijo mayor tuviese todo el reino en sus manos, Sancho, se lo tomo fatal; lo reclamó, y comenzó una serie de guerras contra sus hermanos, de tal forma que conquistó Galicia, arrebatándosela a García, obligó a huir a Alfonso hacia Toledo, tomó Toledo y puso cerco a Zamora, población que resistió el asedio más de siete meses. Uno de los vasallos de Urraca, Bellido Delfos, abandonó la ciudad y se pasó al bando de Sancho informándole que conocía un lugar por donde podría penetrar en Zamora. Una noche, acompañado por el Rey se acercó hacia una puerta de la muralla y le apuñaló a traición. De esta forma, las tropas de Sancho abandonaron el sitio, y Alfonso se reencontró con sus hermanos, tomó posesión del reino de Castilla, tras prestar juramento, ante el Cid Campeador en Burgos, de no haber tenido parte en el asesinato del Rey”

Mucha menos conocida es otra leyenda medieval que cuenta un hecho protagonizado por un grupo de nobles en el año 1158, “el motín de la trucha”. Junto a Santa María la Nueva se celebraba todos los días un mercado popular de abastos donde tenían ciertos privilegios los criados de los nobles a la hora de comprar y elegir los mejores productos. Pero un día, un zapatero se presentó justo cuando se acababa de abrir y pudo adquirir una trucha de gran tamaño, al ir a guardarla en su capazo se escapó y cayó al suelo, momento en que uno de los criados de un noble se apropió de ella y la reclamó para su señor. El zapatero pidió que se la devolviese porque la había comprado él, pero el sirviente se negó a ello. El ambiente se fue caldeando y los criados de los nobles se enzarzaron con los vecinos y con los vendedores en una pelea a golpes, saliendo a relucir más de un cuchillo, que causó heridos en uno y otro bando. Los nobles que acudieron a la trifulca ordenaron, que se detuviese a aquellos que habían atacado a sus sirvientes y muchos acabaron en prisión, como los ánimos seguían caldeados, se refugiaron en la iglesia a la espera de que la tensión se rebajase, pero en lugar de ello, los familiares y amigos de los mercaderes y de los vecinos que habían sido detenidos, rodearon el templo y le prendieron fuego, muriendo todos los nobles dentro.

También es curiosa la historia que se cuenta en torno a la ermita del Carmen y a la serpiente que conserva. “Un joven pastor se hizo amigo de una serpiente que vivía en la zona del campo donde iba todos los días con el ganado. Hasta tal punto se relacionaron que se convirtió en su mascota y la llamaba al llegar con un simple silbido, permaneciendo juntos toda la jornada hasta que el hombre se retiraba con los animales al corral. El pastor se marchó por un tiempo del lugar, y cuando regresó se encontró con un problema que se había producido en su ausencia, la serpiente había crecido y atacaba a rebaños y personas, causando estragos entre los habitantes de las aldeas próximas que no se atrevían a atacarla. Le pidieron al pastor, que les librase de su amiga, le avisaron de lo peligroso del asunto, ya que la serpiente era enorme y atacaba en cualquier momento y en cualquier lugar. El joven se encomendó a la Virgen del Carmen y se dirigió al campo donde iba con el ganado. Una vez allí, silbó como siempre lo había hecho para llamar a su amiga, y ésta apareció confiada, pudiendo darle muerte, librando así a los vecinos de la comarca de ese peligro. En agradecimiento a la Virgen cedió su cuerpo a la iglesia. La iglesia se conoce como “la iglesia de la culebra” en donde todavía hoy se puede distinguir el cadáver corrupto de tan terrible animal”.

El señorial Puente de Piedra de Zamora nos recuerda, otra leyenda, ahí fue donde San Atilano arrojó su anillo de obispo antes de iniciar su peregrinación a Tierra Santa. “La ciudad había pasado por un periodo muy complicado. Las plagas se habían cebado con la población, la peste había rematado la cruel escabechina llevada a cabo por los sarracenos, el hambre se extendió causando casi tantas víctimas como las enfermedades. El obispo de Zamora, San Atilano, decidió peregrinar a Tierra Santa para conseguir el perdón divino, dado que creía que todos aquellos sucesos se debían a los pecados cometidos por los vecinos, y por los suyos propios. Al cruzar el Puente de Piedra sobre el río Duero arrojó su anillo de obispo a las aguas. Estando ya en Tierra Santa, una noche en sueños le habló una voz que le dijo que sus pecados y los de todos los pobladores de Zamora habían sido perdonados y que ahora habría un periodo prospero para la ciudad. Al despertar tomó la decisión de regresar a Zamora, antes de entrar en la ciudad se detuvo en una posada para comer, el posadero le ofreció, entre otros alimentos, un barbo, que fue aceptado por San Atilano. Cuando se lo sirvieron en la mesa y abrió la panza del pez se encontró el anillo que había arrojado al río cuando partió en peregrinación”

Cerca de la frontera con Portugal, de amores que van más allá de la muerte, una leyenda que da vida a un árbol que se encuentra en la localidad zamorana de Codesal. En su cementerio se alza un roble centenario, del que se dice que tiene únicamente dos fuertes raíces que se hunden por separado en la tierra, abrazándose muchos metros más abajo, que no es sino, el testigo de una historia de amor desgraciada. “En un año indeterminado de un siglo perteneciente a la Edad Media, salieron de la localidad zamorana de Codesal tres arrieros que buscaban poder mercadear en tierras gallegas, sobre todo en el valle de Verín. Llegados hasta allí, se les dio tan bien las ventas que decidieron permanecer más días, haciendo amistad con los jóvenes lugareños. Una de las noches que estaban bebiendo en una posada criticaron las actuaciones del Señor de Verín, por considerar que oprimía más a sus vasallos que lo que ellos sufrían en tierras zamoranas. Llegadas estas críticas a oídos del Señor, mandó que los detuviesen, que les quitasen las mulas, las mercancías, y que les llevasen a su presencia. Tras confirmar los arrieros que efectivamente le habían criticado, y aunque pidieron perdón por ello, el Señor ordenó que los encarcelasen en el castillo. El carcelero tenía una hija muy bella que le ayudaba llevando la comida a los presos. Poco a poco fue trabando amistad con los arrieros, y más adelante se enamoró de uno de ellos, que le correspondió en ese sentimiento. Cuando llegaban las fiestas navideñas, la muchacha escuchó que el Señor había decidido poner en libertad a los encarcelados, no sin antes azotarlos, para después expulsarlos de Verín. La joven decidió ayudar a los arrieros, y robando las llaves a su padre abrió la celda les indicó dónde estaban las mulas y las mercancías que les había requisado el Señor. Los enamorados se despidieron. Descubierta la huida, el carcelero tuvo que marcharse junto a su familia, pues sospechaba que su hija había tenido que ver en la marcha de los arrieros, aunque ella nunca lo confesó. Un día, ella decidió partir junto a unos segadores rumbo a Castilla para buscar a su enamorado. Llegados a Codesal, y sin encontrar al arriero, falleció en el campo, dice la leyenda que de pena. Como nadie la conocía, fue enterrada en una esquina del viejo cementerio, mientras que los otros segadores gallegos regresaron a Verín. Sobre la montaña de tierra, una anciana de la localidad clavó una ramita de roble.
Una semana más tarde regresó a Codesal el arriero a quien le cuentan la historia, y, al comprender que se trataba de su amada, se dirigió hacia el cementerio donde lloró amargamente ante la tumba. Sin ganas de vivir más, decidió retirarse a un monasterio, donde permaneció hasta su muerte pidiendo que le enterrasen junto a la joven. Las lágrimas del arriero son las que hicieron germinar ese árbol, cuyas raíces se unen debajo de la tierra, celebrando el matrimonio que no se pudo llevar a cabo sobre la superficie”

En la villa de Benavente, el castillo del siglo XII, ocupado actualmente por el Parador Fernando II de León, encierra en sus entrañas una historia de amor y celos, de encuentros y desencuentros. La historia relata que uno de los primeros condes de Benavente, Alfonso Pimentel, se dedicaba con gran afición a la caza, olvidándose de los deberes propios de su feudo y de la atención que requería su esposa, Ana de Herrera y Belasco, algo más joven que él. Ante las quejas de los deudos del señor del castillo, la mujer decidió tomar las riendas de la administración de los terrenos, así como de las relaciones que debían llevarse a cabo con los feudos vecinos. Viéndose incapaz de hacerlo sola pidió a uno de sus pajes, un joven bastante despierto, que la ayudase en todas esas tareas, otorgándole plenos poderes, dándole, incluso, un anillo con las armas del condado para que fuese identificado como “principal del feudo”, nombrándole caballero. Pronto los comentarios sobre las relaciones que mantenía Ana de Belasco y el joven se fueron haciendo cada vez más venenosos, hasta el punto de que el conde, en un arranque de celos, al regresar de una de sus cacerías, hizo prender al caballero y colgarlo de una almena, sin escuchar a su esposa, que no hacía sino repetirle una y otra vez que lo que le habían contado eran mentiras y calumnias. Unos días después de la muerte del joven, Ana pudo demostrar a su esposo lo equivocado que estaba, y éste, arrepentido, hizo peregrinación a Roma, donde pidió confesión con el Papa, quien le impuso como penitencia que fuese a Compostela y que a su regreso a Benavente fundase un hospital para los peregrinos, el Hospital de Peregrinos de La Piedad.

Más curiosa es la Leyenda del Toro Enmaromado, que tiene su base quizás histórica, en la muerte del hijo único de una condesa de Benavente, por las cornadas de un toro bravo. Gonzalo era el hijo único de la condesa de Benavente, un joven de 19 años al que gustaba intervenir en el lanceado del toro a caballo. Un día que se realizaba una lidia en la dehesa del Pinar, próxima a la ciudad, pidió permiso a su madre para participar en la misma, tocándole en suerte el lancear y dar muerte a dos toros. Al primero lo lanceó perfectamente, consiguiendo levantar los aplausos de los allí congregados, pero el segundo arremetió con fuerza contra el caballo del muchacho, derribándolo, atacando a Gonzalo, quien fue corneado con saña por el astado, hasta el punto de causarle la muerte. La condesa ordenó a sus servidores que atrapasen al toro que había causado la muerte de su hijo, que le amarrasen con una larga maroma, y que le hicieran recorrer las calles de la villa golpeándole y apuntillándole cuando el animal cayese al suelo agotado por el esfuerzo. Posteriormente, y tras el entierro de su hijo, decretó que todos los años, en las vísperas del Corpus, en recuerdo de la muerte de Gonzalo, se hiciese recorrer por las calles de Benavente un toro enmaromado, dándole al final de la carrera, la muerte.

En el lago de Sanabria, actualmente parque natural en estas tierras, guarda leyendas en sus aguas, desde su aparición, hasta la existencia de un tesoro en uno de sus islotes, pasando por la misteriosa y trágica de la Inquisición. Existía en el lugar un pueblo, Valverde de Lucerna, situado a orillas del río Tera, en las inmediaciones del monte Suspiazo. Sus habitantes habían ido degradando, año tras año, su forma de vida, y los enfrentamientos entre ellos eran cada vez más frecuentes. Un día, Cristo decidió darles una nueva oportunidad y se presentó en aquellas calles vestido de peregrino. Puerta por puerta recorrió las diferentes casas pidiendo algo para comer, pero todo el mundo le negó la ayuda. Llegó hasta un horno al final de su camino, donde encontró a un grupo de mujeres que estaban amasando pan. Pidió ayuda, y éstas le indicaron que tan sólo tenían aquello que iban a preparar, pero que si esperaba unos minutos le darían uno de los panes. Arrojaron la masa al horno y esta comenzó a crecer, de tal forma que no podían sacarla por la boca y tuvieron que partirla, dándole el primer pedazo al peregrino, quien agradecido les aconsejó que abandonasen el lugar y que se refugiasen en lo más alto del monte, porque iba a ocurrir una desgracia. Ante la firme mirada del caminante, las mujeres no dudaron ni un segundo y dejaron atrás la panadería, a continuación el peregrino tomó su bastón y golpeando con fuerza en la tierra, invocó:

Aquí fico mi estacón,

aquí salga un gargallón,

aquí fico mi espada,

aquí salga un gargallón de agua.

Al instante, del suelo del horno comenzó a manar tal cantidad de agua, que en pocos minutos inundó el valle y tapó el pueblo, ahogando a todos sus vecinos a excepción de las mujeres que se habían refugiado en el monte, y así, de esta forma dicen, nació el Lago de Sanabria. Miguel de Unamuno en 1930 escribió su novela San Manuel Bueno, mártir inspirado en esta leyenda. La leyenda continúa diciendo que en el islote que existe, y que se conoce como de Las Moras, es el lugar donde se encontraba el horno, y que ha quedado sin sumergir para que todos los hombres recuerden lo que allí ocurrió.

Ese islote es también protagonista de otra leyenda, que enlaza con un palacete conocido popularmente como “La Casica”. En referencia a una construcción, centro de las correrías de los condes de Benavente, de Alcañices y del marqués de Santa Cruz.
En una disputa entre el de Benavente y los monjes de San Martín de Castañeda se levantó en el lago un tremendo huracán, con olas que chocaban con fuerza contra las paredes del palacete y que amenazaba con engullir la isla. Entonces el conde de Benavente, asustado, pensó que aquello sucedía en castigo por haber mantenido la disputa con los frailes, y prometió retirar el pleito, lo que hizo una vez hubo amainado el huracán. En las nuevas negociaciones con el monasterio, el conde cedió a los monjes la propiedad del lago, de la isla con su palacete y las pesquerías, mientras que él recibió las sierras comunales de Vigo, Ribadelago y San Martín.

Una vez concluida la permuta, los criados del conde se sublevaron, no se sabe a ciencia cierta la razón, y quemaron la casa, que quedó reducida a escombros. No obstante, es en ese preciso momento cuando comienza a labrarse la leyenda de que en la isla hay un tesoro escondido, pero por más que se ha buscado, jamás se ha encontrado.

Pero el islote tiene una segunda tradición, la que se genera en torno a los pasadizos que comunicaban el palacete con el Monasterio de San Martín de Castañeda. Según la creencia en la existencia de esos túneles, no descubiertos, durante la purga de la Inquisición, eran utilizados para trasladar a los sentenciados hasta Las Moras, donde eran ejecutados y posteriormente arrojados al lago.

Hasta que no aprendamos a convivir con ese vacío que nos ha dejado el dolor de la muerte
no aceptaremos su pérdida, los tiempos cambian pero la esencia de las costumbres perdura,
así pues siempre será posible rendirles un pequeño homenaje en el día de los Fieles Difuntos.

I - XI - MMXIV
El Día de Todos los Santos
20 Céntimos
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