Los palomares, estas construcciones populares, de carácter secundario, antes tenían un objeto, ahora, prácticamente ha desaparecido y bien podría aplicárselos el pensamiento de Marcel Duchamp: "Cualquier objeto desprovisto de su función pasa a convertirse en objeto de arte".
En verdad, son auténticas obras de arte, pero en peligro de extinción. Una llamada a particulares y Ayuntamiento para que intentemos entre todos salvar los que siguen de pie como testigos mudos de la historia. No es cuestión de economía, sí de sensibilidad.
El paseo disfrutado está seguro para quien se decida a visitarlos. Cada momento de luz, cada estación climática, cada estado del ánimo, da un toque especial de distinción a este arte rural que está a punto de fenecer.
Acierta, Miguel Delibes en su obra Viejas historias de Castilla la Vieja, al afirmar: "Después de todo, el pueblo permanece y algo de uno hay agarrado a los cuetos, los chopos, los rastrojos. En las ciudades se muere uno del todo; en los pueblos, no; y la carne y los huesos de uno se hacen tierra".
Cantados por poetas y escritores que han visto en la decrepitud de sus cubiertas y las grietas de sus tapiales un vivo reflejo de la decadencia de estas tierras castellanas, el palomar es una construcción popular de sumo interés.
En Tierra de Campos es el símbolo prototípico; un escritor dice de ellos: "El palomar aquí, en la antiplanicie, tenía la estructura circular del molino de viento, pero no molía más que el zureo o arrullo de la palomada y se defendía como fortaleza de las rapaces del viento y era a la vez como un pozo en cuyo interior el ave sagrada, símbolo espiritual de la nueva cristiandad, encontraba su morada".
Parece que su procedencia se halla en Roma, de donde fueron introducidos a nuestras tierras. Siempre ha estado unido a la riqueza, a la nobleza e hidalguía como signo de posesión: el mismo Lazarillo tuvo que escuchar cómo uno de sus amos, aquel hidalgo pobre, le confesaba en un alarde de sinceridad que no era tan pobre que no tuviera allá en su tierra [...] un palomar, que a no estar derribado como está, daría cada año más de doscientos palominos[..].
Ello explica la legislación emitida por Enrique IV en 1465 y por los Reyes Católicos en 1484, fruto sin duda, de los conflictos que generaban los daños ocasionados por las aves en los cultivos de escasa productividad; así lo expresa la ley dada en Medina del Campo en 1484 por Fernando e Isabel: "Y muchas personas injustamente e individualmente, tiran con la ballesta a las palomas de los dichos palomares, y las matan, así con las dichas ballestas como redes, cebaderos y otros armadijos que para ello hacen, con lo cual los dueños de dichos palomares ya han recibido y reciben mucho agravio y daño".
El palomar como edificación específica y aislada de la casa se localiza en las comarcas donde es posible una cría abundante, por su relación estrecha a la existencia de grandes extensiones de cultivo de cereal, preferentemente cebada, teniendo sólo que ayudar a la paloma cuando escasea el alimento, de noviembre a mayo.
Se construyen a las afueras del pueblo, ni tan cerca que las palomas, de suyo huidizas, sean espantadas por las gentes vecinas, ni tan lejos que sean presa fácil de ladrones y cazadores furtivos que operen a sus anchas de espaldas al dueño. También se procura la ausencia de árboles en sus inmediaciones para evitar que se acerquen las aves de rapiña. El agua, abundante y próxima, es un elemento capital para que puedan beber y bañarse. Huyen de la orientación al septentrión, generalmente más fría, y buscan el sol de mediodía.
Están edificados de adobe y tapial, en algún caso se recubre con cal. Circulares, cuadrados, poligonales, siempre cerrados sobre sí mismos, con una única y angosta puerta de acceso a un interior donde se multiplican los nichos para que aniden las palomas. Los ejemplares de nuestro pueblo se caracterizan por unos únicos muros exteriores disponiéndose en sus caras internas los nichos de adobe donde nidifican y duermen las aves.
Un bello texto que nos aporta algunos datos más sobre los palomares. Está tomado de la pluma de Miguel Delibes.
Como negocio, esto de los palomares no lo es, no es negocio, vaya; yo, al menos, no lo veo, no acabo de verlo. En tiempos, tal vez, cuando la mano de obra, la albañilería, era más asequible, estaba más barata. Pero ¡ni aun entonces! Que un palomar requiere muchas atenciones, no es sólo la intemperie sino la palomina esa que todo lo abrasa y no queda más remedio que cambiar la techumbre de cuando en cuando para que no se venga abajo. Claro que lo mira usted por otro lado y la palomina esa es lo más rentable, lo que más agradezco yo del palomar, más que la caza, ya ve usted. Y, un año con otro, un palomar le deja a usted remolque y medio de palomina, un abono de excepción, que me recuerdo que hace años los valencianos subían aquí a por él porque para el naranjo no había cosa igual; se cotizaba muy bien, muy bien. Hoy, ya se sabe, con el mineral, todo resuelto, pero le participo que la palomina, la cagarruta de oveja y la porquería de cerdo son los mejores abonos naturales que existen. Pero, con eso y con todo, un palomar no rinde, no rinde, come mucho, no es negocio, vaya. Que si reparaciones, que si jalbegue, que si veneno, que si matrícula... La matrícula, como lo oye, un palomar sin matrícula no vale nada, es un cero a la izquierda, ni puede acotarse, ni la caza se puede comerciar; no sirve para nada.
Entre Medina de Rioseco y Villalón, a unos kilómetros del primero, se alza el caserío de Pozo Pedro, una vieja casa de labranza, híbrida de ladrillo y adobe, con habitaciones profundas y frescas. A su vera, tres palomares, dos de ellos, de tierra y paja, en la parte posterior del edificio, semiderruidos; cilíndrico, con capuchón, el uno y, de cuatro pisos, como un zigurat mesopotámico, el otro. Ante el portón del caserío, un tercer palomar, redondo también, pero primorosamente enjalbegado, con ocho pináculos en la cubierta y cuatro troneras orientadas a los cuatro puntos cardinales, resalta entre el verde tierno de las siembras. («Ya le puede gustar a usted; trescientas mil pesetas me costó el año pasado acondicionarlo.») Alfredo Rodríguez es un hombre de media edad, de rostro curtido, en contraste con una sonrisa blanquísima, siempre abierta: Hace años sí, pero tengo entendido que esa disposición no rige ya, viene de cuando se sembraba a voleo, a mano, que a lo mejor no te daba tiempo de tapar las troneras y, de mañana, las palomas se comían el grano. Que yo sepa, hoy no se cierran las trampillas durante la sementera, yo, al menos, no tranco el mío, que las mismas máquinas atollan la simiente y no hay peligro, no hay peligro.
Por regla general la paloma se defiende sola, no requiere cuidados, come por su cuenta, lo que no quita para que, en mi caso, como tengo al lado el caserío, eche en el corral las barreduras de la era, en el cubierto, bajo la paja, y ellas se entretienen escarbándolas y comiendo. Claro que bajan palomas de otros palomares ya se cuenta, no se puede evitar.
Palomina aparte, tiene usted de beneficio la entresaca de pichones, pero ésta, como la fuga de palomas en primavera, se compensa con las forasteras que llegan en invierno, la zurita principalmente, que, así que arrecia el frío, busca refugio en los palomares.
La que más alto se cotiza es la bravía, que no se si va a quinientas o seiscientas el par, para el tiro del pichón o eso, y no es que sea una paloma especial, no, es esa que ve usted ahí, que dicen que vuela mejor y es más recia. El hecho de atraparlas no tiene ninguna ciencia, no hay más que cegar por la noche las troneras y el animalito queda indefenso. A mí me las han pedido muchas veces, pero que muchas, y nunca las he vendido. El Gitano, uno de por aquí, que se dedica a eso, me viene cada año, «véndeme unas palomas, Alfredo» y yo, «que no, Gitano, que ni lo he hecho ni lo pienso hacer, ya lo sabes, que yo no crío palomas para eso».
Ahora, estas del tiro de pichón son las que más dan, con diferencia, pero, a cambio, el palomar tarda tres o cuatro años en recuperarse. Lo que no va en lágrimas, va en suspiros. Se mire por donde se mire esto de las palomas no es negocio, ni creo que lo haya sido nunca. Todavía antes de la guerra, con los palomeros, vaya, pero lo que es hoy... Lo mío es un capricho, un «hobby», como dicen ahora, que un día me llego al palomar y me digo: «Voy a llevarme unos pichones para casa». Y afano unos cuantos y los reparto entre la familia y, si sobra alguno, me llego donde el Hotel Norte y le digo al dueño: «En el coche tengo unos palominos, ¿te interesan?». «Pues sí, bájalos.» Y no hay más. Es decir, yo nunca he explotado esto como negocio; lo tengo como entretenimiento pero me cuesta dinero, me cuesta dinero.
El palomar rústico de Castilla, principalmente en Tierra de Campos, no sólo decora y amuebla el paisaje: lo calienta.
Es una referencia en la inmensidad desolada del páramo. La expansión del palomar por estos pueblos data del XIX, de finales de siglo. Palomares de barro, cuadrados unos, otros rectangulares; los más, redondos como diminutos cosos taurinos.
En antigüedad se llevan la palma los de Wamba, del XVIII, y, los más bellos, como conjunto, los de Villavicencio de los Caballeros, diez palomares encaramados en una loma, como un bando de perdices, dominando el llano.
La plasticidad del conjunto acrece cuando estos palomares, iluminados por el sol poniente que arranca de la paja fulgores de oro viejo¬se recortan sobre un nubazo negro, de verano.
Mas en contra de lo que de lo que vulgarmente se cree, un palomar no es una simple garita para refugio de pájaros nómadas. el Palomar castellano, aparte su arquitectura más o menos caprichosa y bella, tiene su ciencia, su técnica.
En la parte interna del muro de adobe,que preserva como ningún otro material del calor y del frío, van incrustados los nidales, en forma de casquete esférico, de no menos de veinte centímetros de profundidad. Por medio, un pasillo para que las aves merodeen y, frente por frente, otro muro con nidales, delimitando el patio central.
Curiosamente, la puerta de los palomares se abre siempre a mediodía para evitar el zarzagán, el frío cierzo del norte.
Los mayores enemigos del palomar son, sin duda, la grajeta y el cazador. La grajeta, si te descuidas, entra en el palomar en la época de puesta y no te deja un huevo. También el tordo es malo pero ése, al menos, convive con la paloma; todo lo más, se mete bajo las tejas; te las destroza pero las deja en paz.
A la grajeta la combatimos con huevos envenenados pero van caros, van caros. A tres mil quinientas pesetas la caja. A ver, se reparten en los colgadizos y dentro. Morir no sé si morirán, pero de seguro no vuelven.
Más difícil es deshacerse de los cazadores, una perdición, créame. Los hay desahogados que se ponen alrededor del palomar, tiran una piedra y ¡punpun!, al bulto. Otras veces se colocan en los pasos.
Para ir a comer y a beber, la paloma tiene sus caminos en el aire y los cazadores los conocen y, entonces, aguardan ocultos y, según pasa el bando, pun¬pun, una docena al suelo.
Y, luego, no se olvide del figurín, el figurín que llaman ellos, la caza con figurín, un palomo vivo que amarran a un poste, de cimbel, y allí acude el palomar entero, a ver, donde va una, van todas, van todas.
¡Y menos mal que este año anticiparon la veda, si no me dejan sin un pájaro! Y le advierto que eso del figurín está prohibido. Es como la siembra de yeros.
La paloma, como es sabido, es caprichosa de los yeros y si la aguardan en la lindera, a cubierto, con el alba, acaban con ella. Y le participo que yo tengo acotado el palomar, si no, no sé lo que pasaría.
Sí, como lo oye, acotado, entablillado y todo, que hoy día un palomar es muy goloso y, además de los de la escopeta, están es los de la mano larga, que el año pasado, le puse una puerta de chapa sobre la de tablas.
Así las cosas, no tiene nada de particular que la mayor parte de los palomares de Tierra de Campos, a pesar de ser pieza esencial de la fisionomía de Castilla, estén hoy abandonados.
La personalidad de un paisaje viene dictada a veces por detalles, nimios en apariencia, pero de acusada significación.
Persuadido de ello, Manuel Fuentes, a su paso por la alcaldía de Medina de Rioseco, editó libros y folletos, organizó concursos y conferencias, animando al personal a conservar los palomares, tratando de convencer a sus dueños de que un palomar contribuye no sólo a crear la imagen de Tierra de Campos sino que, debidamente atendido, puede llegar a ser remunerador. Y, a fin de cuentas, yo no sé para qué nos gastamos tanto dinero en el palomar, porque le diré una cosa, contra más viejo y cochambroso esté, más cariño le torna la paloma.
Parece que debería ser al contrario, ¿verdad?, pues no señor: contra más viejo, más querencia le muestra. Yo he hecho una obra en el palomar el año pasado, ¿verdad?, bueno, pues la paloma, desde entonces, le rehúye, ¡qué sé yo!, le choca verlo tan arreglado, tan blanco; no la gusta.
Por lo que sea, no lo sé, pero no la gusta. La prueba es que este año la caza ha disminuido. Menos mal que, al cabo del tiempo, la paloma pierde el recelo y el palomar se recupera".
Dentro de la diversidad de materiales utilizados para la edificación de los palomares sobresalen aquellos que nada tienen de nobles. Lo más común recogido de la naturaleza y el entorno sirve para levantar esta construcción.
El barro "crudo, es decir, sin cocer, es el material más utilizado en las construcciones tradicionales castellanas, y se presenta, sobre todo en sus dos modalidades más conocidas: el adobe y el tapial.
Este material es una sencilla mezcla de masa de barro con paja que le asegura una mayor solidez y consistencia.
Pero no todas las tierras son óptimas para su elaboración: es imprescindible que el porcentaje de arcilla no llegue al 20% y que la proporción de arena sea superior al 45%; el agua empleada no debe superar el 20% del peso de la arcilla empleada; la paja habrá de encontrarse bien seca y picada.
Por las campañas de excavación de yacimientos arqueológicos podemos constatar cómo ya desde tiempos prehistóricos se usaba.
Los romanos no fueron menos; uno de sus escritores, Vitruvio, en el segundo libro de su Arquitectura, se extiende al tratar de la fabricación de este material, y aconseja: "No hacer de barro arenoso ni pedregoso.
Porque los tales son pesados, y si se mojan estando en el edificio, luego se deshacen y caen, y la paja que en ellos se echa por la aspereza de la tierra no se pega, mas han se de hacer de tierra blanca, gredosa, o de tierra colorada, o de tierra arenisca macho, porque estos géneros de tierra por ser livianos tienen firmeza.
Han se de hacer en tiempo de primavera, o en otoño, para que se sequen, porque los que en julio y agosto se hacen son malos. Porque el sol calienta reciamente, hace que por cima parezcan secos y dentro están húmedos, y cuando después se van secando, se encogen y aprietan, y abren lo que estaba seco".
Desde el punto de vista etnográfico, conviene señalar que, aunque las medidas y tipos de tierra que se emplean sean diferentes en cada comarca, el sistema de fabricación es muy similar en todas ellas.
A la orden de los "viejos" se comenzaba a picar la tierra, en forma de hoyo, se echaba la paja, que se había seleccionado bien picada y bajado en sacos, y se recalaba todo; para que se empapara bien, había que pisarlo y amasarlo muchas veces, dejando el agua toda una noche.
Al día siguiente se hacía una playa, un terreno llano y bien limpio, y se acercaba la masa. El "cortador" ya había preparado el mencal; gradilla, se denomina en otros lugares, y mojado con un trapo para evitar que se pegase; éste era de madera con dos o tres cavidades, según los casos, pero normalmente se utilizaba el "arrobero", para que cada corte pesara más o menos una arroba, esto es, once kilos con quinientos dos gramos. El oficiante iba realizándolo por filas y pasando por cada adobe un trapo humedecido que les daba un brillo extraordinario. Al final de la jornada se percibía el cansancio, pues eran unos doscientas las piezas realizadas.
Los adobes, una vez hechos, se dejan secar al sol, dándoles vueltas cada día y medio o dos, y colocándolos sobre uno u otro costado, para que el sol y el aire los seque bien por todas partes.
Si éstos son mejor para utilizar en las paredes altas de las casas, los tapiales; tierra aprisionada, lo son para el relleno de entramados de madera o para la elaboración de bovedillas.
Otras aplicaciones del barro son: como mortero para unir cantos rodados o piedras; mezclado con paja para revoque de muros y tapias, logrando mayor impermeabilidad y consiguiendo paliar los cambios bruscos de temperatura.
Ladrillos y tejas. El barro cocido es la materia prima empleada para la fabricación de ladrillos y tejas. La arquitectura popular de ladrillo es heredera directa de otra culta de ascendencia mudéjar introducida, en sus primeros momentos, en edificios religiosos ejecutados bajo gustos románicos o góticos.
La piedra. En las zonas montañosas, el material de construcción por excelencia es la piedra; sin embargo, la falta de dichos espacios montañosos en la comarca no es óbice para que se utilicen las piedras caliza y arenisca. Principalmente en este momento nos referimos a la piedra de mampostería, de labra tosca e irregular, que aparece en varias casas del pueblo.
La madera. Otro material de construcción muy utilizado, auxiliar si se quiere, es la madera. Su empleo varía mucho de unas comarcas a otras, dependiendo, normalmente, de la mayor o menor abundancia de arbolado en las mismas. Sus usos más comunes son como entramados, en los soportales y en los aleros de los tejados.
"¿Alguien puede decir cuántas cabañas quedan en Castilla? Tejas llenas de musgo y paredes de adobe definen todavía un espacio único donde se guarda la beldadora o el trillo, algún monton de paja, arreos de animal, utensilios de labranza, cestos viejos, gavillas, telarañas y sueños.
Estaban -y estan- situados al borde de las eras, al comienzo del huerto o en medio del majuelo y proporcionaban sombra y techo, frescor en la canicula y cierta protección de los aperos. Servian para dormir la siesta en los días de mucho madrugar o, en las tardes de nublado, para protegerse de aguaceros. Más de una exploración de anatomías realizó bajo su techo y alguna historia de amos adolescente fue consumada en aquel ámbito iniciático.
Revestidas de la belleza nostálgica de lo que desaparece, se esfuerzan por mantenerse todavía en pie ofreciendo todo lo que tienen: hermosura para la sensibilidad estética, sosiego para la inmortalidad de las arañas y refugio a tordos y gorriones que no hallan otro lugar donde pones sus nidos".
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