1639 lavozdelpueblo

Verbum caro factumest et habitabit in nobis

Las campanas constituyen el mas antiguo instrumento musical comunitario, cualquier modificación, refundición o silencio nos priva de la música mas emotiva, de aquella que nos fue legada por nuestros antepasados y que debemos transmitir conservando y mejorando su belleza, a las futuras generaciones.

En la antigüedad cuando una campana se quebraba, era preciso reemplazarla. Lo primero era conseguir una licencia, en cuya solicitud se hacía resaltar la necesidad y urgencia de la sustitución o reparación alegando su utilidad.

Los propietarios de la iglesia, para justificar la renovación o hechura de una campana, esgrimían la urgente necesidad de ella al solicitar el necesario permiso. Decían que el retraso en la concesión de este ocasionaría gran trastorno entre los feligreses, pues al no recibir el mensaje de la campana, no podrían asistir a los oficios religiosos y tampoco podrían enterarse de asuntos y deberes civiles.

Se debía alegar que la iglesia o parroquia solicitante disponía de las posibilidades económicas para su hechura. Este dato era importante a la hora de conceder la licencia, aunque no siempre reflejaba la realidad de la situación ya que son muchas las reclamaciones de campaneros solicitando el cumplimiento de sus contratos.

Una vez conseguida la licencia se presentaba un contrato entre el campanero y el mayordomo o autoridad de la iglesia solicitante. En dicho contrato figuraba fecha, lugar y nombre de la iglesia, las características de la campana. También se hacía constar si se daba el metal o si lo ponía el campanero y en este caso el precio tasado, teniendo siempre en cuenta el metal añadido por las mermas. De la misma manera se señalaban las aportaciones de los otros materiales necesarios para la hechura de una campana. Parte importante de estos contratos eran las condiciones; fecha de entrega, características, tasación, formas de pago, garantías y aportación de materiales, bien por parte del campanero o de los propietarios, según lo acordado. También se establecía en estos contratos si se proporcionaba al campanero y a sus ayudantes, si los tuviera, cama y comida durante el tiempo que emplearan en su trabajo, aunque este dato no aparece siempre reflejado. Como tampoco aparece en esta escritura de ejecutoria que nos ha enviado José Ignacio del Amo Lobo, del contrato para la fundición de una campana en la villa de Villanueva la Seca.


Escritura en papel del sello cuarto, diez maravedís, año de mil seiscientos treinta y nueve, registrada y
validada por Don Gabriel Alvarez, escribano del número y ayuntamiento de Villalobos y su Condado.

Ejecutoria de Contrato // La Fundición de la Campana de Villanueva la Seca

Ejecutoria del contrato para la fundición de una campana de Villanueva la Seca, entre el licenciado Don Francisco Fernandez, de San Esteban del Molar, cura de la iglesia de San Juan en la villa de Villanueva la Seca y Don Pedro Del Monte maestro campanero vecino de la ciudad de Salamanca.

En la villa de Villanueva la Seca a dos días del mes de febrero de mil seiscientos treinta y nueve años, en presencia y por ante mi Gabriel Álvarez secretario público y del número y ayuntamiento de la villa de Villalobos y su condado aprobado en el real lo inserto y traslado.

Parecieron presentes el licenciado Francisco Fernández, de San Esteban, cura de la iglesia parroquial de titulo San Juan Bautista, de la villa de Villanueva de la Seca, y jurisdicción de León, vecino de la dicha villa y mayordomo de la dicha iglesia de la una parte, y en virtud de la licencia que tienen de su señoría para fundir una campana de la dicha, y se expresa fecha de la dicha licencia en la ciudad de León, a catorce días del mes de enero de este presente año de mil seiscientos treinta y nueve, refrendada del adjunto Bautista Hoyos, proveído secretario de su señoría, después yo, el secretario, doy fe, y queda por estar escrita en papel común, en poder del dicho cura = Y P° Delmonte, campanero, vecino de la ciudad de Salamanca y residente en la villa de Castroverde de la otra. =

Dijeron, que por cuanto se habían concertado, convenido e igualado, en razón de la fundición de una campana para la dicha, con el dicho Pº Delmonte esta manera. En que por cada una libra de fundición se le hubiera de dar un real; y por cada libra de metal que pusiese dicho maestro, que faltase a la dicha campana, se le había de pagar a razón de a cinco reales por libra; y se le habían de dar de mermas de cada diez libras una; y estando eso desde el día que se empotrase, que se entiende desde hoy día de la fecha esta escritura.

La ha de dar por segura y si une en dos años, y si se quebrase la haya de volver a fundir a su costa y misión. Y se le hayan de dar de presente doscientos y cincuenta reales, y lo restante desde hoy día de la fecha de esta en dos años e por manera que habiendo traído hoy dio de la dicha campana y habiéndose pesado, pareció haber pesado cuatrocientos ochenta y una libras y ajustando las mermas, que si se a debe ver mermado de diez una, por haber pesado la dicha campana cuando se metió en el horno quinientas cuatro libras, de suerte previno a mermar cuarenta y ocho libras de metal, de las cuales puso el dicho maestro veinte y cinco libras de metal. Con lo cual queda con buenas las dichas cuatrocientas ochenta y una libras, que ansí y de la fundición, como de las veinte y cinco libras de metal que puso el dicho maestro se monta la hechura y mermas seiscientos y seis reales, que rebajados del hecho los doscientos y cincuenta reales queda pendiente se le den.

Se queda debiéndose de la iglesia trescientos y cincuenta y seis reales, pagados en los dichos dos años, que se cuentan desde hoy día de la fecha de esta escritura. Por tanto el susodicho P° Delmonte, campanero que presente estaba a lo que dicho es derecho, que acepto esta escritura y lo en ella contenido, y se obligase y obligo con su persona y bienes muebles y raíces habidos y por haber, de quedarse por segura, sana, la dicha campana desde hoy día de la fecha está en dos años. Y si se quebrase la volverá a fundir por su cuenta y riesgo y si ansí y no lo hiciere y cumpliese, que la bajase su mayordomo en su nombre, a ello le compelen con nula esta escritura y busquen por cuenta de lo que esta debiendo persona que la vuelva a fundir. Y de que si y por no lo ansí y cumplir este daño, se asegurasen corran por su cuenta y riesgo. =

Y di los dichos doscientos cincuenta reales que quedaban de presente, se dio por entrego, contento, pagado y satisfecha esto de su voluntad y en razón con de la cual se quede presente no parece renuncio las leyes de la entrega, prueba y pagas, o las demás de lo así o como en ella y en cada una de ellas se contiene. =

Y los use Francisco Fernández, de San Esteban, cura de la dicha iglesia, jurisdicción de León, mayordomo de ella, en virtud de la dicha licencia o relación de esta escritura y lo en ella o de ella recibí y obligue los bienes propios, rentas y frutos de la dicha iglesia, presentes y su tenor como con lo mejor, podían y debían de que y pagasen al dicho P° Delmonte, campanero, vecino de la ciudad de Salamanca, o a la persona que en su nombre va y a de haber se de con poder para ello tenga, los dichos trescientos y cincuenta y seis reales, que se le restan debiendo de la fundición de la dicha campana. Pagase desde hoy día de la fecha esta, escritura en dos años llanamente sin presto alguno, so pena de las costas de los detalles y para que lo cumplieran de persona daban y dieron todo su poder cumplido, a todos y cualesquiera justicias y jueces de su majestad y de su fuero competentes.

Y lo recibieron por juicio y sentencia definitiva de juez competente, contra ellos lo daba consentida y no apelada y pasada en autoridad de cosa firme juzgada, cerca de lo cual renunciaron lo del y cualesquiera leyes de su favor con la general del derecho, en que dice: “Que general renunciación de leyes fecha non vala” en testimonio y firmeza de lo cual lo otorgaron a nos y ante mí el dicho secretario por escrito.

Siendo testigos Juan de León Moro, Blas González y Francisco Delmonte vecinos y estantes en la dicha villa y ello otorga a quien yo el presente secretario hago fe, que conozco, los que supieron firmar lo firmaron, y por los que no un testigo a su ruego.

Francisco Fernández Sanchis Jban, Juan de León, P° Delmonte.
y Antemy
Gabriel Álvarez .

Documentos Notariales de Zamora, legajo 7566, año 1639, (no está foliado).


Según el “Becerro de Presentaciones” de la Catedral del León, las iglesias de Sanct Stevan del Molar y Villasnoua la Seca son de los Villalobos fuera de la sesma que es del Hospital e da procuración e tercia a Regla.

Siendo los instrumentos bajomedievales sonoros más importantes el pregón y la campana. El pregón, fue la forma de comunicación por excelencia en la Edad Media, cuya conformación apenas se modificó a través del tiempo, se realiza en “altas voces e ininteligibles” para que todos los vecinos se den por informados.

“[…] los dichos señores alcaldes mandaron se publique y pregone públicamente en alta voz, por Pedro Gómez estando presentes por testigos Manuel Dueñas y Juan Barrero, […] San Esteban del Molar diciembre 1585

[…] en presencia de todas las autoridades locales y el pueblo reunido, se de lectura por el secretario de la corporación municipal, en voz alta e inteligible del acta del voto de villa a continuación de ser leído el presente acuerdo. […]”.


Antonio Perez Alvarez Osorio

La voz de las campanas constituye, sin quererlo, uno de los más íntimos recuerdos de nuestra memoria, unificaron acústicamente la vida cristiana y sus prácticas cotidianas, marcaron el ritmo de vida de los pueblos. Como medio de comunicación con los fieles y a partir del siglo VIII se convirtieron en medidoras del tiempo. En tanto que la campana y sus sonidos están presentes en cada momento de la vida de toda persona, desde la medición del tiempo, los ritos litúrgicos hasta los anuncios de nacimientos, matrimonios, defunciones y llamados a convocatorias, construyendo un lenguaje que forma parte de la cultura popular y tradicional. Son la voz del pueblo

En la Edad Media se comienza a marcar con toques particulares, los diversos ritos religiosos. El toque de campana se convierte en fuente de información a nivel individual y colectivo. La campana es la voz de Dios, consagrada a Él y sus Santos es utilizada para convocar a los distintos actos religiosos. Los toques de campanas en los ritos y fiestas religiosas están determinados por reglas emanadas de sínodos y concilios, imponiendo un significado común y propio según el momento, ritmo y la duración de la campanada.

La campana durante este periodo histórico detenta su doble utilización ya que era vox dei y vox populi; refuerza la solidaridad y la identidad de la comunidad. Con los toques de horas, se recuerda a los vecinos sus deberes, a la vez que se le anima a la oración en ciertos momentos del día. El primero de los toque de horas, era el de maitines, realizado, en algunas ocasiones simultáneamente con el de laudes, antes del alba, anunciando la llegada de un nuevo día. El siguiente toque de campana era de primas, luego de este el de tercia tres horas después de la salida del sol, y posteriormente el de sextas y nonas, realizados seis y nueve horas después del alba. A este último toque le sucedía el de vísperas, ya entrada la tarde. Por último, tenían lugar las completas, coincidiendo con el fin del día.

La señal con las campanas, remarcan la importancia de acudir al concejo, a campana repicada o campana tañida, se convoca y reúnen las autoridades y toda la población en cualquier circunstancia. A toque de concejo para tratar asuntos de gobierno de la localidad, a facendera para arreglar caminos, a toque de nublo para alertar las tormentas, etc. En la villa de San Esteban esta referencia aparece tempranamente;

“[…] el concexo y vecinos del lugar de San Esteban estando xuntos y congregados, por son de campana tañida, como lo tenemos de uso y costumbre de nos xuntar para tratar y conferir las cosas tocantes al servicio de Dios, nuestro Seños, bien y provecho deste dicho concexo […]”

“[…] En la villa de San Esteban del Molar, siete días del mes de Octubre de mil quinientos ochenta y cinco y en Pedro de Vega, escribano público de Villalobos y su condado, por la majestad Real aprobado en pedimiento por la parte del concejo de la villa en San Esteban del Molar, estando en concejo abierto en la plaza pública, habiendo llamado por voz de campana tañida como es costumbre, estando en el concejo les notifique las ordenanzas atrás escritas […]”

El valor que poseía la campana tañida se debía a que al ser la voz del pueblo, expresaba a través de su sonido, la voluntad del pueblo. “La reunión a voz de campana es la válida, el modo de pregonarla es la que autentifica la reunión”

La campana no solamente atiende a asuntos de gobierno, marca la vida de los pueblos y sus ciudadanos. Las gentes del medioevo nacen, crecen, se casan y mueren, con el tañido de la campana marca las liturgias, los momentos más relevantes del creyente, y los acontecimientos más importantes de sus vidas; los oficios religiosos, desde bautismos hasta defunciones, desde las alarmas hasta las alegrías, todas las fiestas son anunciadas a través del repique de las campanas.

El concejo hace uso de ella para dar una señal, advertir e indicar acontecimientos, para pautar las ceremonias religiosas o alertar sobre peligros:

“[…] los homos bonos de Sant Estevan del Molar, estando ajuntados en su conçejo por campana repicada, segúnd que lo an de uso e de costumbre, en el lugar acostumbrado, vy que Alfonso Lopez, […]” San Esteban 6 de enero de 1360.

“[…] lo homes bonos de Villanueva la Seca, estando ayuntados en su conçejo por campana repicada, segúnd que lo an de huso e de costumbre, en el logar acostumbrado, vy que Alfonso Lopez, […]” Villanueva la Seca 6 de Enero de 1360.

“[…] en Villalobos y todo su condado se reúnen los concejos por campana repicada, según uso y costumbre, en el lugar acostumbrado los buenos hombres de San Esteban del Molar y Villanueva la Seca y entre los testigos, los alcaldes representantes del poder señorial de la villa […]” Documentación medieval del monasterio de Santa Clara de Villalobos.

“[…] Llegado que hubo el momento de su partida para dirigirse al segundo punto de Misión, pueblo de San Miguel del Valle, las campanas anunciaron era llegada la hora de la despedida de tan venerables y […]” Misiones diciembre de 1884

El modo en que nuestros antepasados concebían y vivían el tiempo, aporta una perspectiva importante para comprender la sociedad a la que pertenecían. Para perpetuar una tradición sonora, es preciso restaurar las instalaciones, y colocar dispositivos que reproduzcan los toques tradicionales y no impidan los toques manuales, al servicio de los pueblos que hayan sabido conservar sus orígenes, sin dejar de vivir en el momento presente. Las campanas cortan la sonoridad del ambiente, actualizan sentimientos, toques que vienen de generación en generación, sonidos que para la modernidad son considerados ruidosos, van desapareciendo, ya se han quedado mudas. A lo peor muertas.



Con singular maestría, habla el poeta en estos versos de las distintas operaciones que ejecutan los obreros al fundir una campana, y va intercalando profundas observaciones en el relato, siguiendo paso a paso la vida de un ser humano en cuya existencia toda, así en los momentos de dicha como de infortunio, tañerá esa campana, comenzando desde su nacimiento, que solemnizará “con el toque de festivo ¡estruendo”. Schíller termina este hermoso poema elogiando la vida campesina, con sus sencillos placeres, y bendiciendo a la Ley, protectora del hombre honrado, y al sacrosanto amor de la Patria, fuente de bienes.


El Canto de la Campana de Friedrich von Schiller.



Firmemente fijado en la tierra, tapiado con obra de ladrillo,
se alza el molde, de arcilla cocida.
Hoy nacerá la campana.
Mozos de la [fundición], ¡rápido, manos a la obra!.
El sudor ardiente
deberá correr por la frente.
Si la obra debe alabar al maestro
pero sólo el cielo podrá bendecirla.

La tarea que vamos a acometer
bien merece unas serias palabras.
Si le acompañan buenas palabras
el trabajo se hará con más brío.
Contemplemos ahora con diligencia
lo que nuestras débiles fuerzas van a crear:
Hay que despreciar al mal hombre
que nunca ha reflexionado sobre lo que hace,
porque lo que adorna al hombre.
Aquello por lo que se le dio la razón
es el poder sentir en lo profundo de su corazón,
lo que hace y crea con sus manos.

Coged leños hechos con el tronco de una pícea,
y procurad que sean bien secos
para que la llama, comprimida,
penetre en la tobera.
Cuando el cobre hierva, ya fundido,
añadid, raudos, el estaño
a fin de que el denso caldo
fluya como lo requiere la colada.

Lo que construyan nuestras manos
con la ayuda del fuego, en el profundo foso de colada,
en su estancia en lo alto del campario
dará sonora fe de nosotros.
Y todavía perdurará en días lejanos, por venir,
llegando al oído de muchos hombres,
afligiéndose con el afligido y
uniéndose al coro de los oficios divinos.
Lo que aquí abajo el voluble destino
depare al hombre,
resonará en la corona de bronce,
quien lo propagará para edificación de todos.

Veo saltar burbujas blancas,
¡Bien! las masas de metal ya están fundidas.
Mezclad ahora con ellas las sales de potasa,
que así se acelerará la colada.
Y de espuma
tiene que estar limpia la aleación,
para que, siendo puro el metal,
la voz de la campana resuene clara y plena.

Porque es con sonido festivo y alegre
que ella saluda al recién nacido querido
en los primeros pasos de su vida
que realiza en brazos del sueño.
En el seno del tiempo, duermen todavía
sus destinos, los acíagos y los resplandecientes,
mientras los tiernos cuidados del amor de su madre
velan su mañana dorada. –
Los años pasan volando, rápidos como flechas.
El chico se separa orgullosamente de la niña
para precipitarse, impetuosamente, en la vida
y varear el mundo con su bastón de caminante.
Regresa, hecho un extraño, a su hogar,
para descubrir ante sí,
como una criatura celestial, la niña, convertida en joven doncella,
maravillosa, en el esplendor de su juventud,
con mejillas ruborizadas y recatadas.
Embarga entonces un anhelo desconocido
el corazón del muchacho, vaga solo,
de sus ojos brotan lágrimas y
rehúye las filas revoltosas de sus hermanos.
Ruborizándose sigue los pasos de la chica,
se siente feliz cuando ella le saluda.
Busca lo más hermoso que los campos pueden ofrecerle
para adornar con ello su amor.
¡Oh! Tierno anhelo, dulce esperanza,
la época dorada del primer amor,
cuando el ojo ve ante sí abierto el cielo
y el corazón desborda de felicidad.
¡Oh! ¡Ojalá pudiera verdear siempre
esa bella época del amor joven!

¡Los tubos de ventilación ya se vuelven de color tostado!
Sumergiré esta vara de hierro,
y si sale recubierta de una capa vidriosa,
es que habrá llegado el momento de hacer la colada.
¡Ahora!, mozos, ¡Al tanto!
comprobadme la aleación,
mirad si lo duro con lo dúctil
se ha unido, en buena señal.

Pues, donde el rigor con la ternura,
y lo fuerte con lo débil se hayan unido,
ahí habrá un buen sonido.
Por ello, el que vaya a atarse para siempre,
¡que pruebe, antes, si el corazón se aviene al corazón!
La pasión es corta, el arrepentimiento, largo.
La guirnalda virginal juguetea
con gracia en los rizos de la novia,
cuando las campanas de la iglesia,
con claro sonido, llaman invitando al esplendor de la fiesta.
¡Ah! La más hermosa fiesta en la vida de cada uno
también es la que pone fin a la primavera de nuestras vidas.
Con el cinturón, con el velo,
también se rasga la bella ilusión.
¡La pasión huye,
el amor debe permanecer!
Cuando la flor se marchita,
le llega al fruto el momento de crecer.
Al hombre le corresponde salir
a la vida hostil:
Debe obrar y luchar
y plantar y producir,
servirse de ardides y quitar por la fuerza
debe osar y apostar
si quiere conquistar la felicidad.
Entonces fluye una abundancia infinita,
el granero se llena con preciosos bienes,
crecen las estancias, se ensancha la casa,
y en ella reina
la recatada ama de casa,
la madre de los hijos,
y gobierna sabiamente
la casa y a los que en ella moran,
instruye a las hijas,
y refrena a los chicos.
No dejan de moverse ni un momento
sus manos laboriosas.
Y con su ordenada mente
va multiplicando las ganancias.
Y llena de tesoros las arcas fragantes
y enrolla el hilo alrededor del ronroneante huso,
y en el ropero de pulcro acabado va atesorando
la lana reluciente, el lino inmaculadamente blanco,
y da a lo bueno, brillo y esplendor,
y nunca descansa.

Y el padre, con mirada satisfecha,
desde la estancia más alta de la casa
cuenta y recuenta su suerte floreciente,
contempla los postes de madera de sus cercas, irguiéndose derechos,
y los llenos recintos de sus pajares y heniles,
y los graneros, doblándose bajo el peso de la bendición de los campos
y las suaves olas de los trigales,
y dice, con palabras llenas de alarde:
“¡Firme como la tierra,
resistente a la desdicha,
se alza la magnificencia de mi casa!“
Pero con las fuerzas del destino
no puede alcanzarse un pacto eterno
y la desdicha se abate, rauda, sobre él.

¡Bien! La colada puede empezar:
La muestra del caldo se ve bellamente dentada;
pero antes de hacerle fluir,
¡recemos una pía oración!
¡destapad, con certero golpe, la piquera!
¡que Dios proteja el edificio!
humeantes, caen a chorro las olas de fuego pardo
en el canal de la colada.

Benéfico es el poder del fuego
cuando el hombre lo vigila y domeña.
Lo que hace, lo que crea
se lo debe a esta fuerza divina.
Pero esta fuerza, regalo del cielo, se hace aterradora,
cuando, liberándose de sus cadenas,
avanza, la hija libre de la naturaleza,
siguiendo sólo sus propias sendas.
¡Ay del hombre, si, ella, moviéndose a su antojo,
y creciendo sin ninguna resistencia,
por las callejuelas concurridas
va propagando el monstruoso incendio!
Pues los elementos odian
todo lo que la mano del hombre haya creado.
De las nubes
brota la abundancia,
cae la lluvia,
de las nubes, sin elegir a dónde irá,
¡cae el rayo!
¿La oís gemir en lo alto del campanario?
¡He aquí la tormenta!
Rojo como la sangre
está el cielo,
¡No es el fulgor del día!
¡Qué alboroto
en las calles!
¡Nubes de vapor se elevan!
Con llama trémula va ascendiendo la columna de fuego,
avanza por la larga calle,
creciendo con la fuerza del viento.
Hirviendo, como si saliera de las fauces de un horno,
el aire arde, las vigas crujen,
caen los postes, vibran las ventanas,
lloran los niños, las madres corren de un lado para el otro,
y bajo los escombros,
gimoteos de animales.
Todo corre, huye, se pone a salvo,
la noche se ilumina como el día;
llevado por la larga cadena de las manos,
que compiten, para ser cada cuál la más rápida,
vuela el cubo de agua, y, formando altos arcos,
brotan manantiales, chorros de agua.
Se acerca volando la tormenta, aullando
busca la llama rugiente
que, crepitante sobre el seco fruto,
invade los graneros
y la seca madera de las vigas.
Y la tormenta, como si, con su soplido
quisiera llevarse consigo, en su huida poderosa,
todo el peso con el que carga la tierra,
crece, gigantesca,
hasta lo alto del cielo.
Sin esperanza
cede el hombre ante la fuerza de los dioses:
Con impotencia ve, y con estupor,
cómo perecen sus obras.

Devastado por el incendio y abandonado
está el lugar,
áspero lecho de salvajes tormentas,
en los desiertos huecos de las ventanas
habita el espanto
y las nubes del cielo, desde lo alto
miran adentro.

Una última mirada
a la tumba
de sus bienes
echa el hombre –
y después, con ánimo alegre, toma su bastón de caminante.
Por más que el fuego se lo haya robado todo,
un dulce consuelo le queda:
Cuenta las cabezas de sus seres queridos
y, ¡mira!, nadie falta a su recuento.

En la tierra se ha acogido el metal fundido,
felizmente, el molde se ha llenado como debía.
¿También saldrá bella a la luz,
haciendo que hayan valido la pena arte y fatigas?
¿Y si la colada ha ido mal?
¿Y si el molde ha reventado?
¡Ay! Mientras todavía nos agarramos a la esperanza,
la desdicha, tal vez, ya nos ha golpeado.

Al oscuro seno de la tierra sagrada
confiamos la obra de nuestras manos,
confía el labrador su semilla
esperando que germine
en mies bendita, según los designios del Cielo.
Una semilla aún más preciosa guardamos
con duelo y llanto en el seno de la tierra,
esperando que, levantándose de los ataúdes,
florezca a un destino más hermoso.

Desde la catedral,
con toques pausados, llenos de inquietud,
tañe la campana
Un canto fúnebre.
Sus toques luctuosos acompañan, con gravedad,
a un peregrino en su último viaje.

¡Ay! Es la esposa, la amada,
¡Ay! Es la madre fiel,
a quien el negro príncipe de las sombras
aparta de los brazos de su esposo,
del tierno grupo de los hijos
que ella le dio en la flor de sus años,
a los que vio crecer, junto a su pecho fiel,
con satisfacción de madre
¡Ay! Los tiernos lazos que unían la casa
se han roto para siempre jamás,
pues ella, la que fuera la madre de la casa,
mora ahora en el país de las sombras,
pues falta su fiel gobierno
ni vela por ellos su preocupación solícita.
En este lugar huérfano reinará
la extraña, vacía de amor.

Hasta que la campana se haya enfriado
dejad reposar el duro trabajo.
Como el pájaro en el follaje,
así se divierta cada uno.
A la luz titileante de las estrellas
libre ya de cualesquiera deberes,
el mozo escucha tocar a vísperas,
pero el maestro tendrá que proseguir con el duro trabajo.

A lo lejos, en la agreste foresta, el caminante
aprieta con viveza el paso
camino de su querida cabaña natal.
Balando regresan
las ovejas al establo
y las manadas de vacas,
de ancha frente y pelo lustroso,
llegan mugiendo,
al sentir, cercanos ya, sus acostumbrados establos.
Cargado de grano,
traqueteando pesadamente,
entra el carro en el granero;
sobre los haces de espigas,
descansa la guirnalda
de flores multicolores,
y los jóvenes segadores
corren al baile.
Se van apaciguando calle y mercado,
y los moradores de la casa
se reúnen alrededor de la cálida llama de la luz,
mientras las puertas de la ciudad se cierran chirriando.

La tierra se
cubre de negro,
pero al seguro ciudadano no le espanta
la noche
que despierta al horrible malhechor
porque el ojo de la ley está vigilante.

Orden sagrado, benéfico
hijo del cielo, que une lo igual
con alegría, ligereza y libertad,
que inició la construcción de las ciudades
a las que luego llamó a los salvajes insociables
que moraban en los campos incultos,
y entrando en las cabañas de los hombres
les avezó a costumbres apacibles
y tejió el más precioso de los lazos:
La necesidad de tener una patria.

Mil manos laboriosas se mueven activas,
se ayudan mutuamente en alegre unión
y en este ajetreo fogoso
se hacen manifiestas todas las fuerzas desplegadas.
Bregan maestro y mozo
bajo la sagrada protección de la libertad.
Cada uno está contento con su sitio
y se enfrenta al faccioso que tal cosa desprecia.
El trabajo adorna al ciudadano
y la prosperidad es la recompensa de su esfuerzo,
si al rey le honra su dignidad
a nosotros nos honra la laboriosidad de nuestras manos.

Paz preciosa,
dulce concordia,
¡Quedaos, quedaos
amigablemente sobre esta ciudad!
¡Que nunca llegue el día
en el que las hordas de la guerra feroz
recorran desenfrenadas este apacible valle,
en el que el cielo
al que pinta encantadoramente
el suave rojo del atardecer
refleje con espanto el salvaje incendio
de pueblos y ciudades!

Rompedme ahora este envoltorio,
ha cumplido con su propósito,
para que ojo y corazón puedan regalarse
con la perfección de esta obra.
Golpead, golpead con el martillo
hasta que estalle la capa del molde:
Para que la campana resurja a la vida
debe romperse en añicos el molde.

El maestro sabrá romper el molde
a su debido tiempo, con avezada mano,
pero, ¡Ay si el metal fundido
se libera a sí mismo en torrentes ardientes!
ciego de furia, con el estruendo del trueno,
revienta el edificio hendido,
y como si surgiera de las fauces abiertas del infierno
escupe destrucción e incendio.
Doquiera que reine sin sentido la fuerza bruta
no podrá formarse ninguna estructura:
El bien común no puede prosperar
cuando los pueblos se liberan a sí mismos.

¡Ay, si en el seno de las ciudades
en silencio se ha ido acumulando la yesca,
y el pueblo, rompiendo sus cadenas,
recurre, con espanto, a las armas para ayudarse a sí mismo!
Es entonces cuando la revuelta, tirando de las cuerdas de la campana,
resuena aullando,
y, bendecida únicamente para dar de sí sones de paz,
entona la consigna de la violencia.

¡Libertad! ¡Igualdad! se oye resonar,
el apacible ciudadano corre a las armas,
las calles se llenan, y los edificios públicos,
rondan sin rumbo bandas de asesinos,
y las mujeres se convierten en hienas
y se divierten con el horror,
y desgarran con dientes de pantera,
aún palpitante, el corazón del enemigo.
Ya no hay nada sagrado, se rompen
todos los lazos impuestos por el temor reverencial,
el bueno cede su sitio al malvado,
y todos los vicios imperan a sus anchas.

Despertar al león es peligroso,
mortífero es el diente del tigre,
pero el más horrible de los horrores
es el hombre en su locura.
¡Ay de aquellos que presten al irremediablemente ciego
la antorcha celestial de la luz!
Porque ella no le va a iluminar, sólo podrá prender fuego
y convertirá en cenizas ciudades y países.

¡Dios me ha dado la alegría!
¡Mirad! Cual astro dorado,
de su vaina de arcilla, liso y reluciente,
se va pelando el corazón de metal.
Desde la corona hasta su boca
brilla como los rayos del sol,
también los pulcros rótulos de los blasones
alaban al experto artífice.

¡Entrad!, ¡Entrad!
Mozos todos, cerrad el corro,
para bendecir, al tiempo que la bautizamos, a la campana:
Concordia sea su nombre,
y que[, a su son,] la comunidad se reúna, llena de amor,
en la concordia y la comunión de los corazones.

¡Que éste sea, de hoy en adelante, su oficio,
para el que la ha creado el maestro!
Que la vecina del trueno flote
en la azul bóveda celeste,
elevándose, alta, por encima de la baja vida terrestre,
a tocar del mundo de las estrellas,
sea ella una voz que resuene desde lo alto,
como la hueste reluciente de los astros
que alaban, en su carrera, a su creador
y dirigen el año coronado.
Que su boca de metal se dedique
sólo a lo eterno y serio.
Y que a cada hora, con sus rápidas alas,
toque fugazmente el tiempo.
Preste su boca al destino
y ella misma sin compasión, sin corazón,
acompañe con su vaivén
las variadas vicisitudes de la vida.
Y del mismo modo que el sonido se va apagando en el oído
después de resonar poderosamente desde su boca,
así enseñe que nada permanece,
y que todo lo terrenal se desvanece.

Ahora, con la fuerza de la soga,
sacádmela de su fosa,
para que se eleve hasta el reino del sonido,
hasta el aire del cielo.
¡Tirad! ¡Tirad! ¡Levantadla!
Ya se mueve, ya flota:
signifique alegría para esta ciudad,
Paz sea su primer tañido.


Friedrich von Schiller



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