La rebelión comunera de Castilla de 1520 no se produce en un contexto de falta de hegemonía o descomposición interna del imperio español. Muy al contrario, 1520-21 es un año importante para el asentamiento, por ejemplo, del poder y la expansión imperial en el continente americano. La crisis que se produce en 1520-21 es de tipo identitario. Es una crisis interna en torno a la hegemonía y legitimidad del poder regio en la cabeza del imperio castellano entre unas elites extranjeras flamencas dirigidas por el propio emperador Carlos V que, desde Flandes tratan de captar el poder político y económico de Castilla, apartando y marginando a los naturales castellanos y apropiándose de los recursos económicos internos del reino castellano para financiar las campañas imperiales.
Con el ascenso al trono castellano de Juana de Castilla, hija de los Reyes Católicos y Felipe de Habsburgo en 1504, se produce la llegada a la corte castellana de nobles flamencos que, junto a los castellanos, adquieren un gran poder en el naciente imperio español. Sin embargo, la temprana muerte de Felipe dos años después de subir al reinado y la situación de Juana de Castilla, su marido Felipe la acusaba de demencia, motivo por el cual se la conoció con el sobrenombre de “Loca” y se la recluyo en Tordesillas, provoco que la línea dinástica llegara hasta Carlos de Habsburgo, hijo de Juana y Felipe, y que nunca antes había pisado Castilla. Educado en Flandes como su padre, no conocía el castellano e ignoraba la situación de sus posesiones hispanas, por lo que la población acogió con escepticismo la llegada del nuevo rey. Tras su llegada en 1517, su corte flamenca comenzó a ocupar los puestos de poder castellanos, como el caso de Guillermo de Croy como Arzobispo de Toledo o Monsieur de Chièvres como su consejero.
Tras ser reconocido definitivamente y a regañadientes dos años después por las autoridades de Castilla y Aragón, se entera en Barcelona del fallecimiento de su abuelo, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, el emperador Maximiliano I de Austria. Inmediatamente, pone toda su atención y esfuerzos a ser nombrado emperador. Traza un plan para hacerse con la corona imperial, para lo cual era necesario comprar a los electores dudosos en el imperio.
Para ese fin, Carlos de Gante convoca el 1 de abril de 1520 las Cortes de Castilla en la localidad gallega de Santiago de Compostela, y tras obtener así sus objetivos, consiguiendo el servicio de las cortes, zarpa rumbo al Imperio, no sin antes colocar como regente en su ausencia a un cardenal de origen holandés, Adriano de Utrecht y en las altas autoridades del reino a flamencos. Tras ello, los castellanos indignados por la enésima ofensa frente a los flamencos, estallan. A ello habría que sumarle una difícil situación económica y social interna en el reino castellano. Las malas cosechas, las epidemias y el rechazo a un orden social estamental opresivo, van a producir ya desde época bajomedieval rebeliones campesinas que se podrían entender como precedentes. La tensión económico-identitaria acumulada estalla en 1520; la rebelión está servida.
El Proceso de Bernardino de Valbuena,
lideró la revuelta antiseñorial de Villalpando contra el Condestable de Castilla.
AHN, Sección Nobleza, Frías, leg. 532, doc. 1.
Bernardino de Valbuena, el capitán de la Comunidad natural de Villalpando, villa de Tierra de Campos cabeza de un importante señorío y bajo su jurisdicción, Cañizo, Cerecinos, Cotanes, Prado, Quintanilla del Monte, Quintanilla del Olmo, San Martín de Valderaduey, Tapioles, Villamayor de Campos, Villanueva del Campo, Villar de Fallaves, Villárdiga, Almaldos, El Castro, Otero, Pobladura, Ribota, San Martín, Toldanos, Alafes, Villavicente, Valdehúnco, Villacebola y Villarvicencio. Posesión vinculada al destacado linaje de los Velasco tras el matrimonio entre la propietaria del señorío, doña María Solier, con don Juan Fernández de Velasco [† 1419]. Su primogénito, don Pedro Fernández de Velasco, camarero mayor del rey Juan II e intitulado, desde 1430, Conde de Haro, sucederá en la posesión del señorío a su madre. Este noble, pocos años antes de morir [†1470], ya había legado el señorío de Villalpando a su primogénito de igual nombre, D. Pedro Fernández de Velasco, quien alcanzó en 1473 el cargo de Condestable de Castilla.
A este primer Condestable de la casa de Velasco, fallecido el 6 de enero de 1492, le sucedió su hijo don Bernardino, intitulado I Duque de Frías desde el 20 de marzo de 1492. Fallecido en febrero de 1512 sin descendencia, sus posesiones pasaron a su hermano, don. Íñigo Fernández de Velasco [† 1528], quien en 1517 donaba a su esposa, doña María de Tovar, cierta cantidad de maravedíes y las villas de Salas de los Infantes, en la actual provincia de Burgos, y Villanueva del Campo y Villalpando, ambas en la provincia de Zamora. Por este motivo, precisamente, era doña María de Tovar la titular de la villa al comienzo de las Comunidades, y quien reclame abrir las causas contra los que, como Bernardino de Valbuena, se rebelaron contra la autoridad señorial que ella y su marido representaban en la mi villa de Villalpando.
Esta posesión, basaba su riqueza en la explotación del ganado lanar y, en la agricultura. De forma paralela a la explotación agrícola, se desarrollaba una floreciente producción mercantil, desde el siglo XIII disfrutaba de dos mercados semanales y, desde 1370, de la celebración de una feria, junto a esta actividad se desarrollaba una próspera producción de curtidos, cuya práctica era regulada ya por las ordenanzas del concejo de 1484.
La privilegiada situación que disfrutaba la villa como cabeza de señorío, sobre todo en relación a otros puntos de Tierra de Campos, podría haber supuesto para la villa un sustancial avance demográfico. Así, a finales del siglo XV Villalpando alcanzaba los 2.000 habitantes, casi la mitad que Zamora, signo de la importancia poblacional de Villalpando es la existencia en la villa de diez parroquias, tres conventos, seis ermitas y diez hospitales.
Villalpando reportaba dentro de las posesiones del Condestable, unos considerables beneficios. Así, según el testamento otorgado por don Íñigo Fernández de Velasco en 1527, la villa y su alfoz rendían la nada despreciable cantidad de 1.650.000 maravedíes anuales.
Este es el marco en el que se desenvolvió Bernardino de Valbuena. Sus padres fueron Lope de Valbuena y doña Catalina de Torquemada, ambos vinculados a la ricohombría oligárquica del lugar. Aún bajo el reinado de los Reyes Católicos, y hasta 1500, su padre había ejercido como alcaide, uno de los cargos más importantes y representativos del poder señorial en la configuración administrativa de las villas castellanas; por otro lado, el título de doña que ostentó su madre, reservado en la época a personas de reconocida hidalguía, no ofrece dudas de la ascendencia privilegiada del comunero.
Tuvo Valbuena tres hermanos conocidos; Francisco de Valbuena, que formó parte de la capitanía de Bernardino durante los acontecimientos de las Comunidades, doña María y doña Antonia de Valbuena, que reclamaron parte de los bienes secuestrados a su hermano por el Condestable de Castilla al final de la contienda.
En cuanto a su edad, uno de los testigos del Proceso, Bernardino López, hace referencia a su joven condición: E le dijo [don Francisco Manrique a Valbuena] que no era para tener cargo de fortaleza, porque era muy moço. Y el dicho Valbuena le respondió que desía verdad que era moço.
Valbuena pues, tendría entre 25 o 30 años cuando estallaron las Comunidades.
Los primeros contactos de Bernardino de Valbuena con la causa comunera se produjeron con las primeras alteraciones en Zamora, a comienzos del mes de septiembre de 1520. En esas mismas fechas, uno de los principales movedores de la ciudad, Juan de Porras, se dirigió al concejo y hombres principales de Villalpando para que auxiliaran a las tropas de don Antonio Acuña, obispo de Zamora, en su pugna contra el conde de Alba de Liste, que sostenía la ciudad por la causa realista. La villa respondió inmediatamente y envió unas veinticinco lanzas en apoyo de los comuneros. Valbuena formó parte de este pequeño contingente militar, que permaneció en la ciudad castellana quince o veinte días junto al ejército rebelde comandado por el obispo de la diócesis zamorana.
Debido a su activa participación en los episodios de Zamora, Valbuena fue llamado por los miembros de la Junta comunera, que residía desde el 19 de septiembre en Tordesillas. Allí fue nombrado capitán de Comunidad, con el encargo principal de formar una tropa suficientemente armada entre las gentes de su villa y jurisdicción y preparar la entrada del ejército comunero en Villalpando, la plaza más importante del Condestable en Tierra de Campos.
Días después, y al frente ya de su capitanía, tornó de nuevo a Tordesillas junto al ejército de la Junta, con don Pedro Girón, hijo del Conde Urueña, a la cabeza, las tropas comuneras, avanzan hacia Medina de Rioseco, estableciendo su cuartel general en la localidad de Villabrágima, y fija destacamentos en Tordehumos y Villagarcía, a tan solo una legua del ejército real, teniendolo sitiado. El Consejo de la Junta Realista estaba acantonado en Rioseco, comandado por el Condestable de Castilla y señor de Villalpando, don Iñigo de Velasco, y el Almirante don Fradique Enriquez. Junto a ellos lo más destacado de la nobleza realista. Desde aquel lugar los hombres comandados por el obispo de Zamora y don Pedro Girón se traslada inexplicablemente con todo su ejército a Villalpando el 3 de diciembre, con pretexto de los fríos del invierno, y de ser esta plaza bien abastecida de aposento y vituallas, con este movimiento, la ruta hacia Tordesillas quedaba desprotegida. El ejército realista lo aprovechó, poniéndose en marcha el 4 de diciembre y ocupa Tordesillas, la villa donde residía la reina Juana, tras haber derrotado a la guarnición defensiva comunera, sin apenas oposición militar a su paso, sin que los de Girón acudan en su defensa. Los lideres comuneros destituyen a Girón acusándole de traición, siendo vuelto a elegir el toledano don Juan de Padilla.
Valbuena, unas horas antes de la llegada del ejército comunero, se dirigió hacia Villalpando al mando de cincuenta lanzas. En las afueras del lugar fue recibido triunfalmente, por muchos vecinos y gente común de la dicha villa. Inmediatamente se dirigió al monasterio extramuros de San Francisco, donde se reunió con el gobernador Bañuelos, para comunicarle la inminente toma de la villa por la Comunidad.
A media hora poco más o menos, con el día ya oscurecido, llegaba a la puerta de San Andrés el ejército de la Junta, comandado por don Pedro Girón y el obispo de Zamora. La toma de Villalpando, según el testimonio de uno de los testigos del Proceso, podría haber sido pactada de antemano entre Pedro Girón y el propio Condestable:
El Condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza, del bando del emperador, había sido nombrado en septiembre Gobernador de España y era el hermano de su madre, tío pues de don Pedro Girón, por lo que el hecho de que Villalpando no opusiera resistencia parece no ser casual, sino fruto de algún acuerdo entre los dos nobles de la casa de Haro, que incluso llegaron a ser consuegros.
Santa María
La acogida que tuvieron las tropas comuneras fue espectacular y solemne, al toque de muchas trompetas e atabales e otros instrumentos, y entusiasta por mucha gente de la villa, de labradores e gente baxa e no de cuenta, entre los cuales se le acuerda a este testigo que vio salir al dicho reçibimiento a Françisco de Medina, cura de Sant Salvador, y un monje que está en la dicha villa por el obispo de Burgos, e otros muchos vesinos de la villa.
Poco tiempo después la figura de Bernardino de Valbuena volvería a ser crucial para la configuración de la Comunidad de Villalpando; secundada por la población la rebelión, la Junta, denominada a sí misma como única institución legítima del Reino, debía dotar a la villa de un instrumento de gobierno que culminará y mantuviera el proceso revolucionario en el lugar. Para ello la Junta nombró a un nuevo gobernador y alcaide de la fortaleza de Villalpando, don Juan de Figueroa. Pero la decisión de la institución comunera no fue aceptada por los vecinos de Villalpando, que querían que aquellos puestos recayeran en Vernardino de Valbuena, que era hombre natural de la villa e se debía a más de sus amigos y parientes más que no otro que no fuese extranjero.
Finalmente, la Junta nombró a Bernardino de Valbuena gobernador y alcalde de la fortaleza de Villalpando, cargos que ocupó hasta un día antes de la derrota de Villalar, el 23 de abril de 1521, cuando salió de la villa camino de Toledo. Las atribuciones de Valbuena como gobernador eran, similares a las que ostentaba su antecesor; entender en pleitos civiles y criminales y cobrar alcabalas o cualquier otra renta propia de la villa perteneciente al tercio postrero del año anterior de 1520.
A través de estas atribuciones la Junta se aseguraba el control del orden judicial y político en la villa y, sobre todo, la intervención sobre el total de las rentas que ésta percibía. La Comunidad podía disponer así de ciertos recursos económicos con los que mantener sus efectivos en la zona de Villalpando y, por lo tanto, mantener viva la revolución en su respectiva área de influencia.
Por otro lado, al mismo tiempo que concedía el gobierno de la villa y de su fortaleza a Bernardino de Valbuena, la Junta quitó de sus oficios a aquellos que poseían cargos por el Condestable, prohibiéndolos usar de dichos oficios bajo pena de muerte.
Al día siguiente del nombramiento de Valbuena, el ejército de la Junta marchó hacia Valladolid. Daba comienzo el periodo de administración de la villa por el nuevo gobernador. Se forma un nuevo concejo, al frente de él se situaba la autoridad de Bernardino de Valbuena. Todos aquellos que habían prestado obediencia a la autoridad señorial del Condestable de Castilla fueron apartados de sus cargos. La Junta se aseguraba así la parcialidad del ayuntamiento de la villa a su causa. Se configura la capitanía de la Comunidad de Villalpando, llegando a formar parte de ella, algunos de los que hasta ese momento eran criados de D. Iñigo Fernández de Velasco. Los hombres leales al servicio del Condestable, que no secundaron la revuelta fueron inmediatamente expulsados de la villa e, incluso antes, marcharon a otros lugares temiendo la represión indiscriminada del bando comunero. Sus posesiones, generalmente abandonadas, eran saqueadas sin ningún miramiento por las tropas de la Junta, a pesar de que el mismo don Pedro Girón había ordenado a sus hombres que no hiciesen saqueo alguno, so pena de muerte y perdimiento de bienes. Estas actuaciones radicales eran alentadas incluso por el propio Bernardino de Valbuena. Así sucedió cuando el común arremetió contra el mesonero Lope del Río, que se mantuvo fiel a la causa del Condestable. Sus propiedades fueron saqueadas y arrasadas por los sectores más extremos del común, que eran incitados por Valbuena al grito de: ¡Oh malos hombres! ¡Por qué no ayudáis a arder el fuego!
Curiosamente, esta actitud tan radical no es la que siempre definió la actitud del gobernador de Villalpando. Uno de los testigos, al ser preguntado si Valbuena era forzado a seguir a la Comunidad, explica que en cierta ocasión don Francisco Manrique, personaje vinculado a la oligarquía de la villa y defensor de la causa rebelde, recriminó con extraordinaria dureza a Valbuena que no actuara contra los servidores del Condestable que permanecían en el vecino lugar de Castroverde. Tras la discusión, Valbuena mostró su deseo de abandonar la Comunidad, pero no podía hacerlo porque don Francisco no lo permitía.
Pero serán los propios acontecimientos los que nos eviten caer en falsas conjeturas sobre la verdadera intención del comunero, nunca buscó la gracia de su señor el Condestable, ni el perdón real, tal y como hizo don Pedro Girón. Quizás por su condición social –él no era, miembro de la gran nobleza castellana–, era consciente de que, como activo capitán de la Comunidad y gobernador por la Junta del Reino de una villa de jurisdicción señorial, el perdón nunca llegaría. Quizás, pensaba, era muy poco lo que podía esperar si abandonaba la causa comunera.
Intervino las rentas y principalmente fueron destinadas a hacer frente a gastos militares. Así, y para pagar los acostamientos de los hombres de su compañía que habían formado parte de la casa del Condestable, Valbuena utilizó los 93.663 maravedíes correspondientes al último tercio del año de 1520 de las rentas del noble, y que aún se les debía. Para costear los sueldos de su capitanía tomó 136.540’5 maravedíes de las rentas propias de la villa. A esta cantidad hay que sumar 580 gallinas y tres docenas de ánsares recibidas en concepto de manutención. Explota las dehesas de propiedad señorial que proporcionó cuantiosas rentas a la causa comunera y al propio Bernardino de Valbuena. Una parte de la leña sirvió para pagar a algunos de los soldados de la compañía del capitán de la Comunidad. Así, por ejemplo, se dio a Rasón tres o cuatro carretadas, vesino de Villafrechos, en pago de sueldo, y a Pedro López otra o dos pagó a su sueldo. Esta leña se cortaba y traía gracias a cédulas concedidas por Bernardino de Valbuena, como gobernador de la villa, y dispuestas por Bernardino López. Otra parte era comprada por ciertos individuos de Villalpando que posteriormente volvían a ponerla en venta a unos precios que les aseguraban unos suculentos beneficios. Efectivamente, según nos describe el testigo Juan Girón, algunos compraron la leña de la dicha dehesa del dicho Valbuena e la vendían después, e traxeron para su casa mucha de la dicha leña, porqu´este testigo se lo vio traer e vender. Respecto a la cuantificación de los daños sufridos en las dehesas y montes del Condestable, uno de los testigos dice haber visto taladas más de mil e quinientas enzinas por pie, e otras muchas por rama […] e que si fuera d´este testigo la dehesa, que por mil castellanos de oro no quisiera el daño que en ella está hecho. Se trata, posiblemente, de una exageración del testigo, parcial a la causa del Condestable, si bien en la pregunta número XVI del interrogatorio dice ser el daño de más de 500.000 maravedíes. El ejército comunero fue provisto del trigo, propiedad del Condestable, que permanecía almacenado en tres silos de la plaza de Villalpando. La cantidad que se tomó fue, aproximadamente, de más de çient cargas de trigo.
Tras la derrota de Villalar [23 de abril de 1521], Valbuena, al mando de su capitanía, abandonó a su suerte a Villalpando, que no tardaría en entregarse al Condestable, para reincorporarse al ejército de Toledo.
Desde el comienzo, la revolución se había concentrado en dos focos principales. Uno de ellos, localizado en las tierras bañadas por el Duero, comprendía las comarcas de Burgos, Soria, Palencia, Valladolid, Segovia, Zamora y Salamanca. Después de Villalar, este núcleo había sido aniquilado, rindiéndose cada una de las ciudades, una tras otra, a los realistas. Pero aún resistía el otro gran núcleo comunero, el toledano. Allí, a ambos lados del Tajo, se encontraba un ejército prácticamente intacto que, bajo el mando del obispo Acuña, parecía dispuesto a no conformarse con una solución pactada al conflicto. Además, apenas quince días después del episodio de Villalar, el 10 de mayo, tropas francesas habían invadido Navarra. Era el momento de resistir a la presión militar del bando realista, en ese momento atacado por dos frentes. Además, la ciudad parecía reaccionar de su conmoción inicial al saber las noticias del ajusticiamiento de Juan de Padilla, y desechaba la idea de la rendición incondicional.
Y hacia allí, el único lugar que aún mantenía viva la antorcha de la revolución, se dirigió Bernardino de Valbuena, que fue recibido de forma entusiasta en el mismo alcázar por quien sostenía la causa comunera de la ciudad, doña María Pacheco, la viuda de Juan de Padilla, que consideraba ya al comunero zamorano su coronel.
El carácter más radical de la revolución marcó desde ese momento el tiempo de los acontecimientos, que tuvo su escenario en los campos toledanos y a Bernardino de Valbuena a uno de sus líderes incuestionables. Como coronel de la Comunidad, al frente de su capitanía y de las gentes del común de la ciudad, estuvo presente cuando el ejército toledano se dirigió a Olías para tomar piezas de artillería con que rendir la fortaleza de Canales, situada a poco más de once kilómetros, y donde permanecían acantonadas parte de las tropas imperiales que asediaban la ciudad de Toledo.
Fue también Bernardino de Valbuena para retirar al prior de San Juan, don Antonio de Zúñiga, qu’estaba en Yepes […] e salidos fueron al lugar de Nambroca e acordaron entre [los capitanes] dexar la jornada del prior e de ir a çercar a la dicha fortaleza de Almonaçid Precisamente, en los prolegómenos de este episodio nos encontramos de nuevo con la actitud más radical de Valbuena como dirigente de la Comunidad, antes de partir de Toledo hacia Almonacid andaba el comunero zamorano por la dicha çiudad en un caballo con una espada sacada echando la gente que había de ir al dicho castillo. Pero uno de los vecinos de la ciudad, el zapatero García del Castillo se negó a formar parte del ejército del común. Valbuena respondió de forma brutal, propinándole varias cuchilladas en la cabeza y ordenando poner el cuerpo del zapatero encima de un asno y ahorcarle de los brazos en la picota de la plaza de Zocodover, porque los otros salven y escarmienten de velle ahorcar.
Ya en Almonacid dio nuevas muestras de su violento carácter: estando en el dicho çerco, se tresquiló como loco e se andaba desnudo en camisa como loco e decían los que estaban en el dicho exército que se había tornado loco, porque la dicha gente no quería haçer lo qu’ él quería. Tal vez este inestable comportamiento fuese el causante de su enfrentamiento con otro líder comunero, Pero López de Padilla, hermano de Juan de Padilla: había tres o cuatro días qu’el dicho Valbuena con su gente había salido de Toledo y estaba en el dicho lugar de Almonaçid […]y qu’el dicho Pero López llegó más de medianoche y en siendo de día trabaxó por retirar la dicha gente [del ejército de la Comunidad] , e la retiró con mucho trabaxo porqu’ el dicho Valbuena se lo contradecía […] e los hiço de allí venir a Toledo sin ir a otra parte.
San Antonio de Padua
Pero incuestionablemente Valbuena se había convertido en un líder para el común toledano, tal y como se manifestó en los acontecimientos revolucionarios del 26 de junio de 1521, durante la celebración de la festividad de Santa Ana; pese a controlar aún doña María Pacheco el pulso de la ciudad, cada vez eran más fuertes las voces disidentes que buscaban poner fin al conflicto de forma definitiva. Y así lo intentaron, a través de dos maniobras, por un lado, las tres parroquias cuyos representantes eran favorables a pactar con el bando realista –Santo Tomé, San Román y San Salvador– eligieron diputados de paz que dirigieran las negociaciones; por otro lado, el maestro Quiles y Bernardino de Valbuena, que se habían convertido en dos de los principales agitadores en la ciudad, fueron detenidos y encarcelados. En un principio, todo parecía indicar que los golpistas habían tenido éxito, sujetando a los sectores más radicales del común toledano. Pero no fue así. Un gran número de gente procedente de la parroquia de Santiago del Arrabal, habitada tradicionalmente por las clases sociales más populares, se unió a los comuneros y rescataron a Quiles y Valbuena al grito de ¡mueran los judíos traydores que piden paz!.
Valbuena era ya un líder, más que un capitán militar, se había convertido en un símbolo de la resistencia comunera, identificada con los sentimientos más populares de la rebelión. Y aquí radica, precisamente, la importancia de este personaje dentro del mecanismo revolucionario.
Cuatro meses después de aquel episodio, la ciudad de Toledo no pudo resistir más los embates del ejército imperial, el 17 de agosto los comuneros fueron derrotados en Olías; el 1 de septiembre se completó el cerco de Toledo; el 16 de octubre se produjo una nueva derrota del ejército de la Comunidad y, finalmente, el 25 de octubre Toledo capitulaba su rendición. Inmediatamente, apremiados por las posibles represalias, los dirigentes populares comenzaron a salir de la ciudad. Y entre ellos, según se desprende de una carta fechada el 30 de octubre, y escrita por el caballero Alonso Bonifaz a los gobernadores del reino, el primero [en salir] fue Balbuena el de Villa el Pando.
Tras abandonar Toledo, Valbuena se dirigió, como tantos otros comuneros, a la vecina Portugal. En una carta escrita por Juan de Zúñiga al Emperador el 29 de agosto de 1523 encontramos una valiosa información sobre los comuneros exiliados en el país luso. En ella, también encontramos noticias sobre el paradero de Valbuena: En Olivenza[están] don Pedro Laso y don Juan Fajardo. Y solía estar el bachiller de Guadalajara, y otros en Jelves. Pedro Ortega en Freixo de Espada á Cinta. Ramiro Núñez y sus hijos y el Dotor de Valdivieso y el licenciado de Villena son a la raya de Miranda, y los de Porras y los de Ulloa y Pedro Bonal y sus hijos, que diz que le han muerto el uno, y está Valbuena el de Villalpando. Y dicen que un Porras y un Ulloa se han ido a presentar [a] Diego de Guzman en un lugar del Maestre de Santiago a la raya.
Este dato contradice la versión de Calvo Lozano quien describe otro final muy distinto para el alcaide de la fortaleza de Villalpando, a quien llama además Diego de Valbuena: Derrotados los comuneros en Villalar, el Condestable […] vino a Villalpando y castigó duramente a los promotores del movimiento antirrealista. Fueron juzgados sumarísimamente el alcaide de la fortaleza Diego de Valbuena y los alcaldes Hernando de Villalpando y Marbán y el regidor García de Arce. Se les condenó a ser degollados, confesáronse los cuatro y fueron ejecutados en la plaza de las Carnicerías de esta villa, hoy plazuela de las Angustias, clavando sus cabezas en escarpias y poniéndolas a la pública expectación en la picota de dicha plaza.
Mucho tiempo antes de su salida a Portugal, donde permanecía al menos en agosto de 1523, ya se había procedido legalmente contra él. Tras la derrota comunera es exiliado y procesado. Efectivamente, tras la batalla de Villalar –e incluso antes–, con el conflicto ya totalmente decidido para el bando realista, comenzó de forma generalizada la represión contra el bando comunero fundamentalmente a través de procedimientos del derecho. Los principales cabecillas del movimiento fueron procesados de manera inmediata a través de unas causas que repetían sus sentencias condenatorias: por el crimen principal de lesa majestad se ordenaba la pena de muerte del reo y la completa confiscación de sus bienes. Éstos, tras haber dado satisfacción a todos los derechohabientes –acreedores, viudas o esposas y herederos– eran vendidos en pública almoneda. El dinero recibido a través de estas subastas era directamente destinado a favor de la Cámara Real o de la parte acusadora presentada de forma particular.
Así pues, gracias a estas actuaciones legales, contempladas dentro del marco procesal de la época, la Corona y ciertos particulares –grandes y nobles que habían luchado en el bando realista– preservaron intactos sus derechos a obtener reparaciones por las pérdidas sufridas en sus posesiones durante el conflicto. Precisamente, la decisión del monarca de garantizar el pago de compensaciones, aun en caso de concordia entre la Corona y los rebeldes, garantizó la participación en la contienda de un importante sector de la nobleza castellana, que en los primeros instantes del conflicto se había mostrado un tanto vacilante entre el partido del común y los intereses de su rey.
Es en este contexto del derecho procesal donde hay que situar el documento, y que tiene como protagonista al comunero Bernardino de Valbuena: El 1 de agosto de 1521 doña María de Tovar, duquesa de Frías, como titular del señorío de Villalpando, instó el comienzo de la pesquisa sobre lo acaecido en su villa en tiempo de Comunidades. Una semana después, su marido, el condestable de Castilla, D. Íñigo Fernández de Velasco, otorgó poder a su criado, Pedro Sánchez de Balmaseda, para que demandase ante los jueces de comisión la reparación de los daños sufridos. Al día siguiente, el 9 de agosto, presentaba Pedro Hernández de Santo Domingo, juez encargado de instruir la causa, las preguntas del interrogatorio general sobre el proceso, dado en ausencia de reo, contra Bernardino de Valbuena, exceptuado del perdón que D. Iñigo había otorgado a los vecinos de la rebelde Villalpando. La sentencia definitiva llegó el 25 de octubre de ese mismo año. En ella el comunero era condenado a morir en la horca y sus bienes, aplicados a la cámara del Condestable, eran secuestrados.
No obstante, no parece que Valbuena tuviera bienes propios. Así al menos se recoge en el propio proceso, donde el licenciado Santo Domingo certificó que no se hallaron vienes del dicho Vernaldino de Balbuena. Posiblemente aquellos bienes formaban aún parte del patrimonio familiar que ostentaba su padre, aún en vida. No había sido pues el capitán de la Comunidad emancipado por sus progenitores todavía y no disfrutaba aún de su legítima. Algo relativamente normal si consideramos al capitán de la Comunidad un mozo de corta edad. Por esta razón fueron confiscadas las propiedades de Lope de Balbuena [… su padre] y de doña Catalina de Torquemada, su muger, y de Vernaldino de Balbuena, su hijo, e de los otros sus hijos e hijas, por raçon de las […] cosas que hizo en las Comunidades e alteraçiones pasadas que hubo en estos reinos.
Estos bienes consistían en ciertas casas en la plaza de Villalpando, varias tierras, viñas, heredades en la villa y pan de renta. En su conjunto, el valor que alcanzaron en la subasta pública a que fueron sometidos fue de 294.000 maravedíes, suma que pasó a manos del Condestable.
Las propiedades de la familia Valbuena fueron compradas por dos hombres vinculados a la casa de don Íñigo Fernández de Velasco, Juan de Pinilla y su padre. Pero como en muchos otros casos, a causa de la venta de estos bienes se sucedió un duro pleito entre el propio Juan de Pinilla y los hermanos de Bernardino de Valbuena. El motivo del pleito, que se prolongaría en la Chancillería de Valladolid durante varios años, era que, al carecer Bernardino de Valbuena de bienes propios en el momento en el que se produce su sentencia condenatoria, los bienes secuestrados a éste y posteriormente subastados formaban parte del patrimonio familiar, aún sin repartir entre los herederos de los padres de Valbuena. Precisamente fueron sus hermanas, doña María y doña Antonia de Valbuena, las que reclamaron sus legítimas a Juan de Pinilla.
Finalmente, el 27 de septiembre de 1538, Juan de Pinilla se obligó a devolver dichos bienes a doña Antonia y doña María, hermanas de Bernardino de Valbuena. A cambio, ellas le entregarían 300 ducados de oro y el Condestable le libraría de sus rentas en Villalpando hasta completar los 294.000 que pagó. No obstante, Juan de Pinilla se conformaría con percibir 181.500 maravedíes del Condestable, renunciando al resto el 14 de abril de 1540.
Con la sentencia definitiva a Bernardino de Valbuena la actividad represora señorial había dado sus frutos; había convertido en proscrito a uno de los cabecillas del movimiento comunero que, como tantos otros, sufriría las consecuencias de desarraigo social y económicas de un indefinido exilio en Portugal; como otros vecinos de la villa, el líder de la rebelión en Villalpando había sido excluido del perdón de don Íñigo Fernández de Velasco, y el secuestro y posterior venta de sus bienes aliviaría los perjuicios sufridos por el Condestable al favorecer la causa de Carlos I, un monarca vencedor que salió reforzado tras el conflicto en el aspecto político en Castilla. Sin duda, al mismo tiempo, la presencia señorial de la familia Velasco en sus posesiones de Tierra de Campos también se vio fortalecida tras el conflicto comunero.
Los líderes populares representaron los intereses más radicales del común y, a pesar de carecer de peso político en la Junta y no copar puestos de responsabilidad en el ejército comunero, son ellos los que dan vigor, con su explosión radical, a las pretensiones de la Comunidad. Fueron éstos quienes desalojaron a los regidores y a los nobles de la dirección del movimiento, crearon sus diputados parroquiales y opusieron su democracia al monolítico Ayuntamiento.
Torre de San Lorenzo
En el medio rural las pretensiones de los líderes comuneros asociados a los grupos populares irían encaminadas, en buena parte, a dar satisfacción a sus aspiraciones antiseñoriales. Pero en general, para el campesinado castellano el final de la guerra supuso ciertamente un alivio en sus maltrechas economías, pues el campo, su única fuente de recursos, dejaba de ser el escenario de la contienda.
Bernardino de Valbuena, estaba vinculado a la ricohombría hidalga de la villa, no era por lo tanto un campesino enfervorizado por el programa de reformas de la Junta, sino un miembro de la baja aristocracia de la villa. Sus motivaciones para secundar la revuelta, se correspondían con las de individuos pertenecientes a los grupos privilegiados, y no con las de aquellos que representaban a los sectores más populares, como pequeños artesanos o campesinos. Sus motivaciones eran, similares a las de otros líderes de su condición social, pudo existir en el joven un deseo de alcanzar alguna posición aventajada en la configuración oligárquica de la villa, de la cual su padre había formado parte hasta comienzos del siglo XVI. Tal vez las Comunidades representaron para Valbuena, como para otros individuos que le secundaron, una magnífica posibilidad de revertir, a su favor, el orden oligárquico de la villa. De aquellos que conformaron la lista nominal del regimiento de Villalpando por la Junta, tan solo uno de ellos, Francisco Alonso, ocupó como escribano un puesto en el concejo antes de la entrada del ejército comunero en la villa; uno de los alcaldes por la Comunidad, Juan Marbán, recuperó su cargo después de casi veinte años, desde que ejerciera por última vez.
El capitán de la Comunidad, por su parte, ocupó las dos sillas más importantes y representativas del poder señorial, la de gobernador y alcaide de la villa. Su nombramiento se hizo con el acuerdo del común de Villalpando, que se negó a aceptar, al hombre propuesto por la Junta. El nombramiento se hizo a través de un documento espurio, en nombre de los reyes doña Juana y don Carlos. Por este documento, que fue incluido como probatorio en el Proceso, se instaba al capitán de la Comunidad que, entendiendo que así cumple a nuestro serviçio, es nuestra merced e voluntad que [...] toméis la posesión de los lugares e vasallos de la tierra d’ esa dicha villa de Villalpando para nos y en nuestro nombre, lo cual podáis tener e tengáis en gobernaçión como justiçia e gobernador de los dichos lugares, e oigáis de las causas çiviles e criminales [...] E otrosí vos mandamos que cobréis e reçibáis [...] todos los maravedíes e otras cosas a nos pertenesçientes e devidas en la dicha villa de Villalpando e lugares de su tierra, así de rentas de alcavalas como de otras cualesquier rentas a nos pertenesçientes.
Con este nombramiento el sistema señorial se venía abajo, era el señor de la villa, el Condestable, quien debía procurar el cargo de gobernador, pero con este documento, la Junta incorporaba la villa y su señorío a la Corona, en definitiva, era esta institución quien otorgaba poder a Valbuena para tomar posesión de la villa en su nombre, quien le daba autoridad para entender en materia de justicia y quien le mandaba que se ocupase de la recepción de las rentas del señorío. En estas disposiciones iban implícitas algunas de las reivindicaciones que se repiten en los episodios de carácter antiseñorial de las Comunidades: - La villa se había incorporado a las posesiones de realengo, con lo cual su posición podía ser más ventajosa que la que pudiera disfrutar con su situación como cabeza de señorío laico. - La administración de justicia quedaba asimilada a la propia villa, evitando las situaciones de desafuero en las que incurría en ocasiones la justicia señorial. - La percepción de cualquier renta dejaba de ser un derecho del Condestable. El gobernador era el máximo responsable de la ejecución y cobro de rentas en la villa. Algo importante en el desarrollo de los acontecimientos en Villalpando pues, por un lado, la Comunidad podía disponer de las rentas de los pecheros de la villa y, por otro, el concejo decidía en asuntos relativos a la administración impositiva del lugar. De hecho, el ayuntamiento se negó a cobrar el impuesto llamado de la camisa, reclamado por los hombres del Condestable, ya iniciada la revuelta de las Comunidades.
Las repercusiones que estos cambios pudieran producir en la villa y su señorío, serían bien vistos por el conjunto del común, que se podría ver favorecido por una nueva situación de su territorio como realengo.
Pero en el caso de Villalpando los campesinos, no son quienes arremeten contra la autoridad del Condestable en un primer momento, los contactos entre ciertos miembros de la villa y la Junta se habían producido antes de la entrada del ejército comunero, son miembros del grupo privilegiado los que encabezan el auxilio dado por la villa a Juan de Porras y al obispo Acuña en los primeros movimientos de la ciudad de Zamora. Los campesinos de Villalpando, se encontraron con una situación de facto, los grupos oligárquicos habían favorecido la entrada del ejército comunero en la villa, que se rebelaba así contra la autoridad del Condestable; los cargos que personificaban el poder señorial habían sido eliminados y aquellos sujetos que oponían alguna resistencia a la Comunidad eran desterrados por una eficaz capitanía militar.
La revolución en la villa se realizó pues “desde arriba”, y supuso ciertas ventajas para algunos miembros del grupo privilegiado que, como Valbuena, coparon los cargos de poder en la villa y se hicieron con la administración y resortes de explotación de derechos señoriales, como la administración de rentas y bienes propios en la villa.
La organización del movimiento comunero se desarrolló en las villas señoriales, al menos así puso ocurrir con Villalpando, de forma similar a cómo sucedió en el mundo urbano, en un principio, las ricohombrías hidalgas ocuparon los puestos de responsabilidad en la formación de los nuevos concejos comuneros. Ya al frente del programa político comunero, se convirtieron en líderes incuestionables de los sectores más populares dirigiendo las acciones subversivas contra la autoridad regia y señorial. Así ocurrió con Bernardino de Valbuena, como representante del grupo privilegiado, fue uno de los que encabezó el auxilio que prestó Villalpando a Juan de Porras y al obispo de Zamora contra el conde de Alba de Liste. Tras este episodio fue hecho capitán del ejército comunero y comandó la rebelión antiseñorial de la villa contra el Condestable, favoreciendo la entrada de las tropas de Pedro Girón. Convertido por la Junta en gobernador y alcaide, mantuvo la villa por la Comunidad. Meses después acudió a los campos de Villalar y, tras la derrota, no abandonó como Pedro Laso, sino que se dirigió a Toledo, donde María Pacheco le esperaba como su coronel. Allí, precisamente, dirigió y fue el protagonista de algunos de los episodios más radicales de la revuelta. Tuvo el mismo final que la viuda de Padilla, un indefinido exilio en tierras portuguesas, después que el Condestable le excluyera de una eventual amnistía el 4 de octubre de 1521, junto a otros importantes comuneros.
Treinta años podría tener el mozo Bernardino de Valbuena, llamado así en alguna ocasión en el Proceso. Muestra la actuación de un débil Bernardino la figura de D. Francisco Manrique, movedor en los dichos escándalos e levantamientos [...y que] aconsejaba al dicho Bernardino de Valbuena en los dichos levantamientos e rebeliones, para que se estuviese e mantuviese en ellos. si bien nunca desechó la idea de combatir, en ocasiones no parecía mostrarse muy favorable a la extrema radicalización del conflicto, mostrando incluso sus deseos de abandonar la Junta cuando era gobernador de Villalpando. Después de la derrota comunera de Villalar, su radicalidad sería extrema. Su participación en los acontecimientos que se vivieron en los campos de Toledo después del 23 de abril de 1521 así lo demuestra.
Del artículo de Tomás López Muñoz - 2008. que forma parte del proyecto BFF2003-04117 del Ministerio de Educación y Ciencia.
Se trata de una fuente no del todo desconocida, pues Peña Marazuela ya daba noticias de la existencia del documento: Archivo de los duques de Frías I, Casa de Velasco, Madrid, 1955, núm. 2084.. Posteriormente, Joseph Pérez citará la referencia proporcionada en su obra sobre las Comunidades: La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521), Madrid, 1977, p. 582 n. En la actualidad, la edición y estudio de esta fuente documental se encuentra en vías de publicación.