Para muchos el campanario de la iglesia parroquial es la principal referencia de su pueblo. Referencia gozosa cuando se llega, y referencia nostálgica en la partida. Y las campanas son, el arte de la fundición de estos artilugios sonoros, una parte sustancial de nuestra memoria.
Es a partir del siglo V cuando las campanas empiezan a instalarse en los templos cristianos, ya fuera en pequeñas espadañas o en los propios muros. Tradicionalmente, se atribuye a San Paulino de Nola (+431), aunque no gozará del respaldo oficial de la Iglesia hasta el año 604, momento de la aprobación del Papa Sabiniano, quien ordena que se toquen las campanas para que los fieles sepan cuando se cantan en el templo las horas canónicas. Precisamente la ciudad de Nola era la capital de la Campania, región que se tiene como la primera en conocer grandes campanas en lo alto de las iglesias; de aquí se deduce, no sólo la propia denominación de “campana”, sino también la de “nolas” o “nolanas”, que en textos medievales aluden a las pequeñas campanas de coro.
Los materiales que se emplean en el proceso de fundición de las campanas no han variado apenas con el paso de los siglos. De hecho, en el tratado de 1773, aparecen en el Espectáculo de la Naturaleza:
“1º La tierra más pegajosa es siempre la mejor, y se debe cuidar mucho cribarla bien, para quitar todas las piedrecitas, y quanto pueda causar grietas, ó desigualdades en la superficie del molde.
2º El ladrillo sólo sirve para el macho de la campana, y para el horno.
3º Estiércol de caballo, borra, y cáñamo, mezclados con la tierra para evitar las grietas, y para comunicarle mas fuerte unión a la argamasa.
4º La cera, que sirve para formar inscripciones, armas, y otras figuras.
5º Sebo, que se mezcla en igual cantidad con la cera, y de los dos se compone una mas manejable, como una pasta blanda, por medio del fuego, y para poner una leve capa de esta masa sobre la lámina, antes de aplicar las letras.
6º Carbón, este sólo sirve para cocer, y secar el molde”.
Pervivencia de una tradición
Documento redactado por un cronista anónimo pero, evidentemente, buen conocedor del evento. Trata de la fundición de una campana en un pueblo de Soria:
“Aquel año o al siguiente, como había una campana rota la hicieron nueva en este mismo pueblo, en la majada que está junto al teléfono. Se fundieron cinco a la vez: una de Almarza, otra de las Cuevas, otra de Abión, otra de Serón y la nuestra. Los campaneros cuando los chicos salíamos de la escuela nos mandaban a coger moñigos, el excremento de las caballerías, y si no íbamos no nos dejaban ver: les traíamos a montones. Algunas veces nos daban alguna perra; más a los mayores que a los pequeños. Los moñigos les eran muy útiles.
Los desmenuzaban bien y los echaban al barro para hacer el molde de las campanas, para que no se les agrietara, pues tenían que hacer el barro muy amasado y muy fino, y el ciemo de los moñigos, bien desmenuzado, lo revolvían junto con el barro, así no se les agrietaba el molde... Para fundir hicieron dos hornos uno junto al otro. Uno para quemar la leña y el otro para derretir el metal... como era una cosa poco frecuente venía mucha gente a verlo, y el campanero, de los tres que había, el mayor, que estaba en camisa (pues hacía mucho calor debido al fuego) se la quitó y luego dijo en voz alta: “Se va a dar principio a escudillar el metal, récenle una Salve a la Virgen de los Dolores”. Entonces todo el mundo rezó la Salve a la Virgen y luego el campanero se santiguó tres veces y con un palo largo rompió el agujero de abajo y salía el metal echo caldo... Como yo estaba herniado, después de escudillar el metal, del vapor que dejaba el metal, lo aprovecharon así: Nos cogieron a otros chicos y a mí, nos bajaron los pantalones y nos tuvieron encima del humo o vapor que salía haciéndonos como cruces; luego nos taparon bien con una manta de Palencia y nos llevaron a nuestros padres a nuestras casas; después vinieron ellos y nos prepararon un ungüento con unos polvos colorados e incienso molido y mezclado con aguardiente me lo colocaron bien sobre la hernia. Aquello se quedó más duro que una tabla, y mientras no se ahuecó no me lo quité. La hernia se me curó, pero a los cuarenta y dos se me reprodujo”.
Este testimonio recrea con pinceladas certeras el ambiente del pueblo ante un ritual que sucede en raras ocasiones y que acaba siendo todo un espectáculo. Por partida doble, por un lado atrae a gentes de todos los pueblos y, además, porque se van a fundir campanas de más de un pueblo.
Benito Lucas en 1888, natural Valdegeña:
“Fué un acontecimiento y mucho trabajo el hacer la campana nueva; mi padre me lo detalló, los campaneros eran del pueblo de Trébago, como dos o tres hermanos que se dedicaban a eso: hicieron un orno de arcilla en un pajarcillo que aun existe y en un corral delante los moldes para dos campanas y un campanillo, una de ellas y el campanillo fueron para el pueblo de Jaray o Cordejón, lo cierto es que quemaron muchas estepas y ramaje de encina, todo el pueblo con caballerías durante días trayendo las leñas del monte y no les daban suficiente a los campaneros a quemarlas, el metal era de otra campana mas pequeña que rompieron a golpes con los martillos de la fragua, agregaron mas hierro y muchos almireces de bronce que les pidieron todas las casas, aportaron almireces y algún objeto de bronce para la ornada, llego el día de abrir y bacear en los moldes y por canales hechos de arcilla corría el metal como si fuera agua colorada, que el campanero jefe con un puntero de hierro cuidaba que no se ostruyeran los canales y que se dolía porque le saltaban chispas pero que otros se las apagaba pues él no se las podía apagar por no distraer su atención en lo que hacía, el líquido tenía que ser hervido para que no saliesen fallos y tener que fundir otra vez, Hermanos Meneses me fundieron, en letras mayúsculas y con la forma y algo mas pusieron en la campana, el nombre del cura y creo del alcalde, (puede comprobarse)”
Las Campanas de San Esteban por patronazgo y advocación particular
Casi la totalidad de las campanas presentan en sus inscripciones el nombre de un Cristo, Virgen o Santo al que están dedicadas, en San Esteban del Molar las advocaciones que encontramos, una particular al Señor presenta una inscripción al “Bendito Cristo de la Misericordia” fundida el año 1947 y con el detalle de un crucifijo; otra con advocaciones generales de la Virgen dedicada a “Nuestra Sra. de las Candelas" fundida en 1913.
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Villabrágima
1785 | Cotanes
1777 | Villalobos
1714 | San Esteban
1947 |
Tres tipos de cruces de calvario con diferentes moldes Villabrágima (Valladolid) 1785, Cotanes (Zamora) 1777 y Villalobos (Zamora) 1714 y un crucifijo en una campana de 1947 en San Esteban del Molar.
Los toques y repiques
El sonido de las campanas siempre ha sido admirado. Son muchas las leyendas que corren por los pueblos en las que las campanas parecen dotadas de vida propia, lanzando sus notas al aire sin que nadie las toque. Las hay que tañían solas en ocasiones determinadas anunciando desgracias, conmemorando triunfos...
Una de las formas de tañido más usuales es el volteo, que casi siempre es toque de fiesta. Para ejecutarlo se requiere la concurrencia de varias personas si la campana fuese grande, preferiblemente mozos fuertes, de manera que colocando la campana boca arriba con un fuerte impulso se la haga girar sobre sí misma. Costumbre renombrada en los pueblos “cortar el aire” a la campana, esto es, hacerla enmudecer; haciéndola girar tan deprisa que el badajo quedaba pegado a uno de los bordes durante el giro.
El repique, toque de gloria, propio de grandes fiestas, se hace pulsando dos o más campanas con las cuerdas. Los buenos campaneros y sacristanes logran complicados ritmos y melodías. Cuando se prefieren sonidos más simples y efectivos los toques de campanas se efectúan desde el piso bajo la torre con una cuerda que llega hasta hasta el badajo de la campana; este toque es de bandeo, la campana con su correspondiente badajo no voltea sino que origina un movimiento oscilante amplio como para que el badajo choque contra el borde de la campana de forma acompasada; es el toque de difuntos, aunque lo más común era que se tocasen desde la torre.
Hubo tiempos en que sólo el sol y el tañido de las campanas servían como referencia del paso del tiempo para los hombres del campo, desde los campanarios se avisaba, para las alegrías y las tristezas; se marcaba el tiempo, se convocaba a los fieles. Patente en algunos ejemplares donde aparecen impresos los siguientes versos: “Laudo Deum verum, plebem voco, congrego clerum, defunctos ploro, nimbum fugo, festas decoro” “yo alabo al Dios Verdadero, llamo al pueblo, reúno al clero, lloro a los difuntos, ahuyento las nubes tempestuosas, doy lustre a las fiestas”.
Aparecen estrofas con ritmo de repique y que dicen: “Funera plango, fulmina frango, sabbata pango, excito lentos, dispo ventos, paco cruentos” “Plaño en las exequias, quebranto los rayos, celebro con cantos los sábados, excito a los perezosos, disipo las tempestades, apaciguo las disputas cruentas”.
Con las campanas se anunciaban los oficios, las horas, las vísperas, el Angelus marcaba el mediodía, el Avemaría, al alba, antes de la misa aún se tocan “primeras”, “segundas” y “terceras”; se volteaban acompasadamente durante las procesiones; se tocaba “a clamores” durante toda la noche de ánimas. El lenguaje de las campanas es extraordinariamente variado: “Nada, salvo el hombre, tiene tantos verbos a su disposición como tienen las campanas. Hablamos de doblar, de tañir, de voltear, de sonar, de repicar.”
La campana anuncia la muerte. Cuando doblaban por los difuntos no lo hacían siempre de la misma manera; aún es costumbre en muchos pueblos dar tres toques para el hombre y dos para la mujer.
Las campanas suenan diferentes cuando anuncian la muerte de un niño. Ramón J. Sender en su libro Requiem por un campesino español recuerda que "si era niño, las campanas –una en tono más alto que la otra– decía: no es nena, que es nen, no es nena que es nen. Si era niña cambiaban un poco y decían: no es nen, que es nena”.
Las campanas tocan a “nublo” o “tentenublo”, y el pueblo ha puesto letra a sus sones. Dicen las gentes que cuando suenan para disipar una tormenta amenazan “tente nube, tente tú, que Dios puede, mas que tú”. Para alejar las tormentas de granizo el toque iba acompañado de rezos a Santa Bárbara y letanías tales como "Si lluvia traes ven para acá, si piedra, vete para allá".
Toque, que sólo los muy diestros son capaces de interpretar, como reconocen algunos campaneros duchos en el oficio. El toque de las campanas para conjurar las tormentas no es, como muchos piensan, fruto de la superstición del pueblo. La iglesia lo admitió y fomentó; en el sínodo orensano celebrado por el obispo Manrique de Lara, el 12 de abril de 1543, se manda: “Quando los sacerdotes vieren el tiempo rebuelto y se temiere tempestad o tormenta de aguas o piedra o ayres, hagan tañer a nublo en todas las yglesias todas las campanas, y vestidos con sus sobre pellices y estolas y estando en la iglesia rezen con mucha devocion aquellas cosas que en el manual les mandamos poner, por ser aprobadas, y las otras cosas que la sancta madre yglesia tiene para esto apropiadas."
Por las campanas se regían los trabajadores del campo, se tocaba al vaquero para soltar y recoger el ganado, etc. Hay un testimonio del siglo XVI que refleja lo sucedido hasta casi nuestros días; en Medina del Campo se regulaba la ida y vuelta de los jornaleros al campo por la campana del concejo, institución que ordena "que desde el once de febrero, el sacristán de San Miguel taña desde las siete y media hasta las ocho, hasta abril, y desde abril hasta noviembre desde las seis y media hasta las siete”.
Toque especial el que se daba con la campana denominada “La Queda”, en la actualidad la más famosa es la de Villalpando. Su nombre se debe a que con ella se hacía la señal para retirarse a los hogares; sonaba “desde la Cruz de mayo hasta la Cruz de septiembre a las diez de la noche y el resto del año a las nueve de la noche”.
En Semana Santa enmudecían las campanas, su sonido era sustituido por las matracas de madera, que en las catedrales y otras iglesias importantes estaban colocadas en las torres, y en los pueblos más pequeños eran sustituidas por grandes carracas.
El paso de los años, o más bien de los siglos, ha ido mellando nuestros campanarios. No son pocos los que en alguna de sus oquedades lucen la ausencia de campanas. Pero, por fortuna, son más las que perduran en un permanente desafío al tiempo, a su paso y a sus inclemencias.
Por último, sirva el conocimiento del legado de nuestros antepasados y como protagonistas del presente, conocer la importancia que han tenido las campanas a lo largo de varias centurias, cuando llevar un reloj de bolsillo era un privilegio solo al alcance de los más pudientes, que generaciones futuras sepan conservar y defender nuestro patrimonio.
La cada vez más extendida electrificación de las campanas, bien mediante cadenas que las hacen girar o bien mediante martillos exteriores que golpean el exterior del bronce, sistemas sin duda más cómodos, han acabado en muchos casos con los toques tradicionales efectuados por sacristanes y campaneros.