Bodegas Etnografía y folclore. Construción Civil.


La Desaparición del Paisaje Cultural,
El Patrimonio Vernáculo
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Son las construcciones vinculadas a las viviendas, a los oficios, a las actividades agrícolas y ganaderas, a las costumbres y a las tradiciones, las que se sirven de los materiales más sencillos y próximos para ser levantadas. En su diseño, tamaño y orientación estas construcciones están condicionadas, por el clima y la orografía. Así, el adobe, el tapial, la piedra, la paja y el ladrillo tejen en todo el territorio de Castilla y León un entramado de construcciones que llegan a marcar los perfiles estéticos de toda una comarca. Aparecen de forma indiscriminada por todo el territorio, son, la cultura pegada a la tierra, los palomares, las bodegas, el pajar, la panera, el cuarto de la era, las fuentes, el pozo, las espadañas, …, los muros y hasta los pueblos enteros, que guardan una simetría y una estética propia, la denominada arquitectura popular. Su estampa sencilla y funcional aporta al paisaje cultural un testimonio de enorme valor.

En numerosos municipios de la provincia existen un tipo de construcciones singulares, que fueron realizadas hace muchos años, algunas son centenarias. Una pieza clave, en la vida rural campesina que sirvió de gran ayuda a vecinos y moradores del territorio. La necesidad de elaborar, almacenar y conservar el vino; forzó a la población a construir algún tipo de edificio de almacenamiento que asegurase unas óptimas condiciones de conservación, para su consumo y para su comercialización. El legado recibido, reflejo de un trabajo duro y admirable de generaciones pasadas, se convierte en el elemento fundamental en la vida cotidiana de aquellos habitantes, que con sus manos sacaron la arcilla que ha vaciado la tierra y que ha formado un tipo de edificación complementaria generalmente poco estudiada, la bodega subterránea.

La razón de ser de la cueva es obviamente su favorable condición para la conservación del vino u otros alimentos, sobre todo en lo que a temperatura se refiere en torno a los 10 y 16 grados centígrados, mantenida todo el año con leves oscilaciones, resultando cálidas en invierno y frescas en verano.

El viñedo ocupaba un lugar muy importante dentro de la actividad agraria en la comarca. El reflejo de esta importancia se ve en el rico panorama que ofrece la arquitectura popular por la cantidad de bodegas subterráneas y tipismo, que pueblan el paisaje de esta zona de la meseta castellana, propiciada por la existencia de terrenos arcillosos, formados por sedimentos terciarios, que hacen posible la excavación de cuevas artificiales con cierta facilidad.

La importancia que históricamente ha tenido el cultivo del viñedo y la elaboración de vinos en la comarca se apoya en diversos documentos y estudios que se remontan a la Edad Media. En ellos se aprecia el peso del sector vitivinícola, tanto en las tradiciones culturales, arquitectura, artesanía, lenguaje, gastronomía... como, en el capítulo económico relativo a la población agraria y a la producción final, de una provincia eminentemente agrícola.

Hoy, que ¡haberlas, hailas!, las bodegas tradicionales tienen el atractivo, reducido y casi exclusivo, de servir de lugar de encuentro o reunión, de un reducido número de vecinos propietarios. Perdimos el apego a los usos tradicionales agrarios, prácticamente no hay viñas, no están destinadas al fin para el que fueron creadas, salvo el capricho de algún viticultor, están fuera de uso, solo se puede celebrar en ellas reuniones de amigos, y algún otro acontecimiento social, la matanza del cerdo, final de un día de caza, para recibir a familiares, sobre todo los fines de semana en invierno... Imprevistos en los que no ha de faltar el vino, aunque si nos falta aquel buen vino, el de cosecha, que para su propietario siempre es el mejor.

En nuestra comarca, esta utilización social de la bodega, alcanzaba su apogeo el domingo anterior a domingo de Ramos, el Domingo de Lázaro, o Domingo de Pasión, quinto domingo de cuaresma; popularmente conocido como el domingo de Tortillero.

Tradiciones y costumbres religiosas arraigadas a esta tierra, el domingo de Lázaro, o domingo de Tortillero terminaba con la imposición de la cuaresma, un tiempo de ayuno y privaciones. En épocas pasadas, durante la cuaresma periodo que va desde el Miércoles de Ceniza a Semana Santa, estaba prohibido casi todo, no había ni baile..., solo sacrificio, abstinencia y austeridad religiosa. Tortillero daba un respiro a la escasez impuesta, en sus tortillas, se camuflan, chorizos, cecinas y demás viandas de la matanza que tan prohibidas estaban.

Atrás queda el recuerdo de grandes celebraciones como fueron antaño, las fiestas de las Candelas, la jornada carnavalesca por excelencia el domingo «gordo», el lunes de antruejo con los ancestrales gritos del «rujujú», el martes de carnestolendas. En la memoria colectiva la letanía popular, «Ana, Badana, Rebeca, Susana, Lázaro, Ramos y en Pascuas estamos...», nos recuerda, los siete domingos que siguen al de la Resurrección, los siete domingos de cuaresma, que comenzaban a contar a partir del domingo después de carnaval, hasta la Semana Santa.

En el triduo de carnestolendas, el lunes venía a ser como un descansillo entre el Domingo Gordo y el Martes de Carnaval. El domingo anterior al miércoles de ceniza, o domingo de carnaval, es el domingo Gordo. Domingo Gordo porque ese día el chorizo gordo dominaba el puchero enriquecido con lo mejor de la despensa. El cocido elemental con nobles acompañantes, garbanzos y "el pitarro", chorizo único, no incluido en el sartar, que solían regalar los padrinos a sus ahijados en prueba de cariño y reconocimiento hacia ellos y sus padres en domingo de carnaval. Estaba obligado a hacer el padrino tantos pitarros como ahijados tuviese. Más como era menguada la dadiva podía completarse con media docena de huevos, esta donada en las vísperas del domingo de tortillero. Era costumbre en esta tierra y a modo de recordatorio, en la jornada anterior al día señalado iniciar los preparativos, visitando al padrino y/o madrina, para cumplir con el rito, de recibir los suculentos ingredientes, valía cualquier obsequio, bien fuese la entrega de una propina o dinero, dulces, o cualquier otro alimento.

Si llegaban ambos ingredientes al ansiado tortillero, ese día se preparaba con ellos la merendola de la jornada, una tortilla de chorizo que se disfrutaba entre amigos, como de todos es tradición conocida por "correr la tortilla" hábito muy extendido por toda Tierra de Campos. En algunas comarcas de León se celebra el primer domingo de mayo. Corrían la tortilla, en las bodegas allí donde las había y las había, ahora las compran los inversores vitivinícolas, en la vega del Esla y en las márgenes de los Páramos. En los valles del Tera, Esla, Órbigo y Vidríales se festeja tortillero a las puertas de las bodegas, en merenderos, en los altos de los cerros y en las riberas de los ríos y arroyos, disfrutando de temperaturas un poco más suaves estos últimos días el invierno. La tortilla no puede faltar, pero tampoco el queso, los embutidos y los dulces típicos de esta fecha, como las natillas ó el arroz con leche.

Por otro lado en cuanto al mismo uso social de las bodegas, debe anotarse que han perdido su finalidad primitiva de fabricación y conservación del vino, debido no sólo al gran retroceso sufrido por la vid a causa de la filoxera del pasado siglo, sino también, desde 1965 la fuerte emigración y la mecanización del campo, hizo poco rentable el cultivo tradicional de la viña. La emigración a Sudamérica en los años 50, la de Centro Europa en los años 60 seguida de la de Madrid, Barcelona y País Vasco de los años 70, hace que vaya abaldonándose paulatinamente el viñedo. Sin embargo, alguna bodega queda, claro que sin vino propio, como una muestra representativa del pasado, en el recuerdo de lo que existió. Mientras en otras tierras de nuestra comarca, han hecho realidad el sueño de nuestros antepasados recuperando el terreno perdido, empresarios y productores mejoraron la calidad de sus vinos, para afrontar el desafío de devolverle a la industria vitivinícola el lugar privilegiado que tuvo en los sesenta. ¿A qué se debió la desaparición de nuestros viñedos?


La provincia de Zamora contaba en el año 1975 con una superficie total de viñedos de 37.000 Ha; en el año 2001 el viñedo en producción apenas llega a las 14.000 Ha. Los vinos que se elaboran hace años, eran vinos de pasto, sin personalidad y no eran apreciados por los consumidores; muchas veces se vendían como gráneles para “mejorar” los de otras zonas en cuanto a su grado alcohólico y color. El resto de vinos se elabora para autoconsumo del propio viticultor y sus familiares. La escasa rentabilidad del viñedo con precios de la uva ruinosos, hacía que los viñedos se encontraran en su mayor parte en situación de semi-abandono y no se efectúan nuevas plantaciones.

Sin embargo, a partir del año 1987, la situación cambia a mejor, este año se concede a los vinos de la comarca de Toro, la Denominación de Origen, en el año 1998, se concede el derecho al uso de la mención “Vino de la Tierra” a los viticultores, elaboradores y embotelladores que pertenezcan dentro de la zona de Fermoselle a la Asociación Vino de la Tierra ”Arribes de Duero” y en ese mismo año se concede dicha mención a la de los “Valles de Benavente”. Estos hechos indican que aparte de la diversidad de los vinos y viñedos zamoranos, se reconoce oficialmente su calidad y van siendo cada vez más demandados por los consumidores. Por todo ello, el cultivo del viñedo comienza a ser rentable, la uva alcanza un precio estimable y algunos viticultores acometen la reestructuración de sus viñedos.

Hasta los años noventa, la situación del sector fue deteriorándose debido a la despoblación y envejecimiento de los habitantes de la zona. A una escasa mecanización del cultivo y a una elevada cantidad de variedades, algunas de escaso valor vitivinícola. Al bajo precio de la uva en ventas foráneas. A la excesiva edad de las plantaciones y escasa producción. A la falta de industria y promoción de la zona. La concentración parcelaria vino a solucionar los problemas de la excesiva parcelación. Pero, muchos viticultores terracampinos vendieron los derechos de plantación. Hoy ocurre lo contrario, los derechos son apetecidos por los mismos viticultores de antaño, e incluso personas foráneas que buscan hacerse con esos derechos de plantar.


La situación actual de las bodegas subterráneas nos recuerda la delicada pervivencia de la cultura material y, sobre todo, inmaterial del vino y el valor patrimonial de las bodegas como recurso social, más que económico, que también. El trabajo en la bodega también forma parte de la memoria histórica de los pueblos. En la actualidad en San Esteban del Molar la mayor parte, por no decir la totalidad del patrimonio etnográfico que representan las bodegas subterráneas, cavas cuyo origen en algunos casos se remonta al siglo XVII, corre el inminente peligro de desaparecer o ha desaparecido. Desaparición a la que normalmente están sometidas las instalaciones existentes, en grave riesgo de conservación como todas las muestras de nuestra arquitectura popular. Merecedoras de atención!!!, en esta Tierra de Campos un reducido grupo de municipios ha empezado a tomar medidas, muchas familias e instituciones se han preocupado por preservar y restaurar el patrimonio de sus antepasados. Sin embargo, dado que se trata de un patrimonio muy frágil, nos encontramos con muchas construcciones en estado de abandono. Pero en todo caso, aunque no es una realidad extensible a todos los municipios, son muchos los pueblos zamoranos que favorecen su puesta en valor y la posibilidad de conservar las bodegas tradicionales, testigos inertes del pasado, un patrimonio vernáculo que debe ser conservado y protegido por su belleza, singularidad y riqueza. Lo hace menos doliente ver a muchos terracampinos, que continúan su lucha en la conservación de este patrimonio, valorando la labor realizada por algunos propietarios que respetando la arquitectura tradicional, reconstruyen sus bodegas sin desentonar con el resto de las bodegas de su entorno, sin transformar o cambiar dicho paisaje. Pero esto ya depende de la sensibilidad de las personas, de su cultura y en último término, de la defensa y valoración del Patrimonio o de la confianza o credibilidad de quienes les orientan en lo relativo al mismo.

Desaparecieron muchas, algunas están en la actualidad, cómo no, casi derruidas por la falta de cuidados. Pero a nivel particular en otras, como la del octogenario Agapito Prieto, de Cerecinos de Campos, se pueden contemplar aún unas extrañas figuras que esculpió su bisabuelo en las paredes, y que él muestra con gran orgullo, mientras ofrece un vaso de vino y un trozo de queso, que nunca le falta al forastero. Actualmente Cerecinos de Campos cuenta con escaso viñedo, tiempos florecientes fueron antaño cuando el viñedo casi superaba al cereal pudiéndose recoger 14 millones de kilos de uva (1964). Pocos son los que hacen ya vino de manera artesanal, pero el ir a vendimiar era casi todo un espectáculo. El ambiente festivo y alegre de la vendimia sus canciones, puyas que van y vienen, [...] "Allá va una cuña: que yo tengo mucha prisa, tengo la mujer en cueros y los hijos en camisa. Allá va la despedida la que echó Cristo en el Pozo la que no tenga marido que se venga con nosotros..." [...]; el legado y la permanencia del gran número de bodegas recuerda que Cerecinos de Campos tuvo un importante pasado vitivinícola.

Por otro lado, el tamaño no tiene que ver con la felicidad. Por lo menos, eso piensa Francisco Javier García Bueno, un joven de 25 años que regenta una modestísima bodega en Villalpando a la que no duda en calificar como «el sueño de todo enólogo». Pequeña pero coqueta, Bodegas Mitus ocupa la planta sótano de su vivienda y sobre todo, el corazón de un joven enamorado de los buenos vinos. Formado en enología en Madrid y curtido en la profesión en varias bodegas de la región, este joven zamorano ha entrado en el mundo de los vinos «dando pequeños pasos», pero con el convencimiento de estar poniendo los cimientos para hacer algo grande.


Bodegas Mitus es una rara avis. Incrustada en la mención de calidad de los Valles de Benavente, situada en plena Tierra de Campos, en la localidad de Villalpando. Se le presuponen caldos rosados con aguja y, sin embargo, su apuesta va encaminada a lograr vinos tintos ecológicos de mucha crianza que atenúen la potencia de unos viñedos donde los mejores racimos se corresponden con la variedad cabernet sauvignon. Además, hace y vende reservas a precios de risa con el objetivo de abrir unos mercados cada vez más dispuestos a aceptar propuestas novedosas como la defendida por la pequeña bodega villalpandina.

Los cada vez más despoblados municipios de Tierra de Campos conservan en el centro sus pueblos, hermosas iglesias románicas, en las afueras las bodegas y los palomares que se camuflan entre los campos labrados donde corretea la avutarda. Dispersos por Tierra de Campos, palomares que trataron de usar como reclamo turístico, en Villafáfila, donde se declaró hace 500 años la locura de la reina Juana I. Pero, sin duda, lo mejor es ir de pueblo en pueblo y perderse por sus caminos, para encontrarnos estas joyas rurales de este pedazo de la gran Castilla, en la inmensidad desolada del páramo.


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Principales Cosecheros
Eusebio Cadenas
José Costilla
Diego Deza
Felipe Labrador
Ramón Labrador
Lorenzo Marbán
José Martínez
Elías Prieto
Pedro Prieto
Jacinto Vega
Alejandro Villafáfila
Jesús Villafáfila

Las bodegas tradicionales son subterráneos construidos aprovechando desniveles naturales, o en pequeños montículos junto a caminos, están aisladas de cualquier otra edificación. Por lo general no hay bodegas solitarias, aunque podían formar parte de la vivienda o la era. Pero lo más común es que se localicen a las afueras del pueblo, en lugares soleados, en terrenos elevados, alineadas, con sus calles y veredas, unas pegadas a otras formando barrios y en ocasiones dando nombre a esa determinada parte del pueblo conocida como “el barrio de las bodegas”. En el caso de San Esteban del Molar, las bodegas estaban situadas fuera del núcleo urbano, muy próximo a las viviendas, formando parte del paisaje agrario, en ligeras elevaciones que fueron horadadas, en el camino de Vidayanes, del Prado y en el camino de Fuentes. Solitarias o en grupo, en la tranquilidad de un pueblo casi deshabitado, son el recuerdo del pasado en el presente. Nos remite al pasado, al recuerdo de aquellos hombres y mujeres que tanto trabajaron esta tierra. Son permanencia del pasado vivo, la esencia de unos municipios que acusan la despoblación. Vivencias y costumbres de una comarca comprometida en conservar y promocionar nuestra cultura y tradiciones, la de nuestros pueblos, de lo que somos y pretendemos ser, como parte fundamental de nuestra historia e identidad cultural. Sólo a través de acciones más globales podremos conservar el poco patrimonio que nos queda: el pueblo, sus campos, las suaves ondulaciones del territorio, la inmensidad del páramo, el amanecer y el atardecer… como reclamo de esta tierra.

El procedimiento de construcción de las bodegas, excavadas en las profundidades de estas tierras desde tiempos inmemoriales, es siempre el mismo. Se seleccionaba su ubicación en función de distintos parámetros, como la topografía, las características del suelo, la distancia al núcleo urbano. Tras la inspección del terreno, daba comienzo la tarea, a veces llevada a cabo por picadores, otras por los propietarios y sus familias, cuando no hay que atender otras labores derivadas del campo, o la climatología no permitía trabajar en él.

Primero se practica un corte vertical en la ladera, cerro o teso, que permitiera continuar excavando en horizontal la construcción de la futura entrada de la bodega. En esta se abre la puerta por la que se comenzaba a excavar una galería abovedada, con arco de medio punto, era el túnel de acceso a la bodega, el eje principal y se conoce como «cañón», reforzándose si fuera necesario con mampostería su parte superior. A ambos lados de este pasillo principal se excavaban una serie de pequeñas sisas, de dimensiones varias. Siendo la excavación más importante en cuanto a tamaño y ubicación de todas ellas el lagar. Los procesos de excavación continuaban hasta que al final del cañón, o llegar a la capa de arcillas arenosas, se excavaba el trazado de la bodega propiamente dicha, una sala abovedada, cuya bóveda, recibía el nombre de cubo. La bodega así, está simplemente excavada en la arcilla, en forma de bóvedas ligeramente apuntadas, sin llevar ningún tipo de refuerzo estructural o complementario.

Al mismo tiempo se iba excavando por la parte superior la primera zarcera, el primer ventano o agujero de ventilación, que se traza cónico, con su base máxima en la profundidad, avanzando a partir de ahí en horizontal, hasta completar la planta de la bodega, abriendo paulatinamente las restantes zarceras de aireación en número variable, en función de la extensión de aquella. El número de zarceras en el exterior nos indica el tamaño de la bodega. La zarcera puede rematar a ras de tierra o se prolongaba con una pequeña construcción de adobe o piedra, son las encargadas de ventilar la bodega, eliminar la humedad excesiva, limpiar el aire, eliminar los gases de las fermentaciones y mantener la temperatura estable a lo largo del año.

Avanzar en la excavación, picando la arcilla, resultaba relativamente fácil en un primer momento, algo que contrasta con la dureza que adquiere después al contacto con el aire. La tierra extraída se iba echando por encima, sobre la misma bodega en su parte externa, para su protección, creando una loma, una especie de cubierta vegetal inclinada o teso. Evitando el transporte de las tierras excavadas a otros sitios más alejados y consiguiendo una mayor masa térmica, una cubierta natural que protege el suelo de la erosión además de favorecer el discurrir del agua de lluvia en los terrenos que están en pendiente, evitando así las filtraciones. Entre cada conjunto de bodegas se crea una pequeña vaguada en el terreno que también permite la evacuación de las aguas, adaptándose al relieve natural, los espacios delanteros de las distintas bodegas conforman los caminos de acceso.

Para conservar dichas construcciones es importante cuidar el entorno limpiar las cimas y mantener en perfecto estado de utilización los viales de acceso. El mantenimiento del manto vegetal de la cubierta tiene una función primordial para el mantenimiento de las bodegas, garantiza su conservación. Es importante que sea la propia vegetación de la zona la que ocupe aquellas partes que por cualquier circunstancia hayan quedado desprotegidas. Para su mantenimiento se considera muy válido el sistema tradicional mediante el pastoreo de ovejas, siempre y cuando se haga cuando el terreno esté seco. En algunos casos es recomendable ejecutar una cubierta de teja curva sobre el propio terreno natural y después verter sobre ella la capa de tierra. Esta solución permite la ventilación natural del terreno a través de las cobijas y garantiza la impermeabilización del cañón de entrada a la bodega.


En cuanto a su estética la entrada en su frente de fachada en forma de promontorio es uno de los elementos diferenciales, pueden tener un vestíbulo, un resguardo en la fachada generalmente construido en piedra o adobe, más reciente de ladrillo, en el que se coloca la puerta de acceso, las puertas se retranquean respecto a las fachadas, para protegerlas de la lluvia y las fachadas de adobe, se rematan con tejas a modo de cornisas. Una llave de gran tamaño era la encargada de mover el cerrojo o el candado que aseguraba la propiedad. La puerta, a menudo de tablas entrecruzadas, otras veces con diversos cortes en la misma madera, aparentemente decorativos, pero cuya finalidad es la de servir de entrada de aire. Detrás de la puerta, se enlaza con el callejón, viene la parte abovedada o cañón, que constituye propiamente la bodega, con sisas o nichos a ambos lados, en los que están colocadas las cubas, pipas, carrales y cubetos; y que se remata con el lagar. En muchas bodegas, tras bajar los primeros escalones o rampa encontramos un pequeño hueco a media altura de la pared que se utiliza para dejar la jarra, algún vaso y las velas o el candil.


Para el mantenimiento de las bodegas deberían mantenerse todos los elementos y condiciones de ventilación. Es inadecuado el cegado de los huecos de ventilación de las puertas de entrada de las bodegas. No es recomendable el cegado de chimeneas, descargaderos o cualquier otra apertura de ventilación.

La bodega, es el complemento de la casa rural, puede ser privada o colectiva; en el primer caso es más pequeña que en el segundo, pero en ambos se conserva la misma estructura, los mismos departamentos o dependencias; para la pisa de la uva, extracción del mosto, y las necesarias para su fermentación y transformación en vino. En ocasiones las bodegas se comunican entre sí debido a perforaciones fortuitas durante la construcción de nuevas bodegas, construyéndose entonces un muro de separación. En algunos casos, las bodegas, se excavaban entre miembros de varias familias, y frecuentemente relacionadas entre sí. Se excavaban a pico y pala sacando la tierra en cestas y calderos, a veces con ayuda de un torno de madera llamado carreto, o esgañaperros, y que dio paso más tarde a la polea. Otras subiendo con las cestas a hombros. ¡A puro huevo!.

El lagar suele estar situado, al fondo de la bodega, junto al cañón, su suelo está revestido de baldosas o lanchones de piedra, y cuando la bodega es compartida se buscaba un emplazamiento de uso común, suele ser cuadrangular, estando separado del resto de la bodega por un murete que conforma el depósito. El lagar se comunica mediante una canaleta con el pilo, donde cae el mosto. Por lo general, está situado en la parte más cercana a las cubas, y solía revestirse de cal.

Las uvas de la vendimia, para su transporte, se recogían en cestos pequeños de mimbre, llamados talegas y otros más grandes llamados talegones, esterqueros o cuévanos de mimbre. Las uvas recolectadas se descargaban vaciando los cestos a través de la zarcera principal, o descargadero situado justo encima del lagar. Esta zarcera descargadero, conecta el exterior de la bodega con el lagar, donde se depositan las uvas hasta que eran prensadas.

La pisa de la uva, con los pies fue el método más utilizado en vitivinicultura, hasta finales del siglo XIX. Además, son mejores que las máquinas porque ejercen la presión justa para pisar la uva sin romper las pepitas. En cambio, con lagares mecánicos, se rompe también la pepita, con lo cual se derraman aceites amargos en el mosto. Durante cerca de cien años, la uva se molió en lagares mecánicos que lograron bajar los costos, pero sólo para generar vinos amargos. Esta situación se comenzó a revertir en las últimas décadas del siglo XX, con innovaciones tecnológicas que permitieron resolver el problema de la pepita.

El "pisado" de la uva en el lagar ha sido durante siglos la técnica más usada para extraer el mosto y así se hacía desde la época romana. Una vez pisadas las uvas y obtenido el primer mosto, en el mismo lagar se utilizaban prensas para obtener a posterior mayor cantidad de mosto, sirviéndose principalmente del usillo y la prensa de viga de madera. El sistema basado en la costumbre emplea métodos que se ha mantenido en el tiempo, máquinas que todavía permanecen en pie contribuyen a nuestro patrimonio etnográfico. El trabajo se convirtió en danza al incorporar la música tradicional en la dura tarea de pisar la uva en el lagar, al realizarse la pisa con mayor eficacia si se llevaba a cabo con determinados ritmos. Además del valor significativo de las instalaciones y el equipamiento de las bodegas para elaborar el vino, el lagar era un importante espacio social, sobre todo en tiempos de cosecha y vendimia. Particularmente, la pisada de la uva era un acto que iba mucho más allá de la mera transformación de la uva en mosto para elaborar el vino, era todo un acontecimiento de popularidad y convocatoria, con connotaciones festivas


La prensa de viga de madera, la forma un grueso tronco de madera de olmo, que atravesaba la bodega transversalmente. Sujeta por un extremo a unas vigas verticales las pernias o guiaderos, y por el otro extremo iba insertado un sinfín, llamado husillo de forma cilindro torneado alrededor de muescas espirales por las cuales va bajando la tuerca y es en lo que consiste la fuerza principal de las prensas, el husillo o huso va unido a un pesado bloque de piedra llamado pienso, contrapeso de hasta 600 kilos. Mediante una palanca se hace girar el tornillo o husillo, para conseguir levantar dicha piedra del suelo, quedando en el aire y transmitiendo su peso a la viga, que a su vez lo hacía sobre un castillo de tablones -marranos- que, colocado encima de la masa de racimos, hollejos y rampujos, servía para estrujarlos y que hiciera fluir el mosto.

Se disponían pues los racimos en promontorio sobre el se coloca el compromiso, plataforma circular de madera, para acometer el estrujado. Sobre el compromiso se ponían formando un armazón, los tablones atravesados o castillo, accionándose a continuación el huso y comenzar el prensado. Para evitar las oscilaciones de la viga se colocaba en su extremo fijo un mozo, una especie de cuña de madera en su parte superior, consiguiendo así que, al bajar la viga girando el huso, el pienso o piedra del otro extremo quede levantada en el aire, incorporando su gran peso a la presión ejercida por la viga sobre el compromiso. Comenzando a retacar la viga que descansa sobre el castillo por medio de los mozos, en el extremo opuesto al pienso. La viga ya tiene la inclinación suficiente y girando el usillo, se despega el pienso del suelo a una altura prudencial, para que ejerza de contrapeso lentamente durante los días necesarios. La vigilancia del proceso de prensado exige varias visitas a la bodega para retacar y subir el pienso, a medida que la viga pierde presión.

La viga se construía en madera de olmo o álamo y el huso torneado en madera de negrillo, llegando a medir aquélla hasta 14 y más metros de larga y 0,70 m. de diámetro, se untaba de sebo para su engrase.

Frente al uso de la prensa manual tradicional, e incluso en una operación previa a la utilización de aquélla, pisaban la uva con los pies. El pisado se hacía en un baño de madera de roble, de forma circular, semejando la mitad de una cuba. Una vez pisada la uva, el mosto pasa al pilo, y de allí el mosto se pasa a las cubas, donde se deja fermentar con la “madre”, donde se deja fermentar con la brisa o madre, sacada del orujo u hollejo de la uva escogida durante la vendimia. Hay que pisar la uva, esté o no desgranada, para facilitar la fermentación, por lo general a medida que va llegando de la viña. Para desgranar la uva utilizan una horca de tres púas, agitándola circularmente esta se desgrana y viniendo el escobajo a la superficie, se saca con la mano. Se deja fermentar durante ocho días tumultuosamente, liberando dióxido de carbono, conocido como “tufo”, que hacía peligroso descender a la bodega mientras duraba el proceso, (puede tardar de 5 a 14 días la fermentación primaria y, potencialmente otros 5 a 10, una segunda fermentación), por lo que se usaban tradicionalmente sarmientos prendidos para limpiar el aire. En general la fermentación es más rápida, más tumultuosa, y más completa, cuanto mayor es el volumen, puede no haber finalizado la fermentación del mosto en doce días en una cuba modesta; cuando en otra llena del mismo mosto, pero diez veces mayor la fermentación termino el quinto o sexto día. Transcurridos los días de rigor, se solía ir con una vela encendida y colocada a la altura de la cintura, para que en el caso de que la vela se apague, se pueda salir inmediatamente de la bodega, el candil o la vela, asegura con su llama, al no apagarse, que el tufo no es peligroso, hay oxígeno, la fermentación ha concluido, podemos continuar con el proceso de trasiego a las cubas. En la iluminación de la bodega, se usaban velas y candiles de aceite o petróleo, anteriormente los hubo de carburo.

Las cubas se hacían de madera de roble, uniéndose las juntas con sebo para evitar que el vino rezumase. En la limpieza de las cubas se utiliza, además de agua caliente y sosa, anhídrido sulfuroso, generalmente quemando una paja de azufre, para evitar bacterias de avinagrado y mohos. Se construían en el mismo lugar, dentro de la bodega. Su capacidad podía llegar, en Tierra del Vino, hasta mil cántaros las mayores, un cántaro equivale a 16 litros, siendo las normales de cuatro mil litros. En el valle del Tera las cubas son más modestas, de veinte a cien cántaros, habiéndose conservado hasta hoy. Cada cántaro contiene 16 litros. La capacidad de los cubetos, también llamados "pipas" varía entre 100 y 600 litros. El cubeto que está en torno a los 225 litros, es el que llaman “barrica”

Las cubas, situadas en los nichos o sisas, descansan sobre dos soportes rectangulares, unas veces excavados en la propia arcilla, otras eran de madera o de piedra denominados pohínos, que tenían por finalidad mantener aquéllas en alto. Entre los pohínos se colocaba el baño de cuba, que servía para trasegar el vino. Otros elementos de la cuba son, el tarugo o tapón de corcho cogido con estopa, la “canilla” realizada en madera con forma de tronco de cono dentro de la cual se introduce el tapón de hierro envuelto en estopa, a veces también de madera. La canilla se coloca golpeándola fuertemente con un mazo de madera. El vinatero sacaba el tapón de la barrica cuando se debía trasegar el vino, colocando en el orificio la canilla. Los vinateros en este origen usan todavía hoy abrir canilla cuando venden vino al por menor hasta terminar la cuba. En la comarca suele taparse el agujero de salida del vino "espitao" para beber con un cañón de pluma de ave. En algunas bodegas se pueden encontrar cubas con un agujero a media altura para poder sacar y probar como estaba el vino en otro punto de la cuba. La mortera, era un recipiente redondo, de madera, que se usaba para beber en comunidad.

Los azúcares fermentan hasta convertirse en alcohol, las uvas van cubiertas de un polvillo blanco, se llama “pruina” y contiene unas levaduras que al contacto con los azúcares contenidos en la pulpa de la uva, reaccionan químicamente fermentándolos y transformándolos en alcohol. Por eso, los años de mucha lluvia, los vinos salen con poca graduación, ya que un exceso de lluvia quita parte de la pruina, y aunque la uva tenga el mismo azúcar, no habrá levaduras necesarias para hacer fermentar todo el azúcar y resultará un vino con menos grados. Un aspecto importante, a tener en cuenta en la fermentación, es la temperatura, ya que las levaduras son activas en un intervalo térmico determinado, entre 9 ó 10 grados centígrados de mínima y 30 de máxima, ya que con otras temperaturas, detienen su actividad o mueren por asfixia. Por lo tanto durante la fermentación no debe haber grandes cambios térmicos. Las peculiares características de la bodega juegan un gran papel pues debido a su construcción la temperatura se mantiene estable durante todo el proceso. Durante la fermentación del mosto, las cubas están permanentemente destapadas y expulsan por la boca de llenado una espuma oscura. La liberación del dióxido de carbono, también denominado óxido de carbono y anhídrido carbónico, es "tumultuosa" y da la sensación de hervir.

Las heces del vino de la madre se sumergen, periódicamente, dentro de la cuba mediante el uso del mecedor. Diariamente se visitan las cubas y se rellenan aquellas que han mermado. Para terminar antes de tapar la cuba se suele esterilizar la boca para frenar la aparición de bacterias quemando azufre, para cerrar rápidamente la cuba, primero mediante una tapa de madera que ajusta perfectamente, y sellando mediante una pella de barro que se aplicaba alrededor o embarro. Se deja reposar el vino en la cuba conforme al dicho: Para “San Andrés el mosto vino es” y/o “en San Andrés, el vino nuevo viejo es”, bebiéndose ya por entonces, el veintisiete de noviembre, el primer vino nuevo.

Esperamos, con estas notas incompletas, promover actividades que fomenten su conocimiento y conservación, proporcionar un motivo y el espacio para fomentar las relaciones sociales, haber contribuido a una valoración creciente de estos conjuntos de bodegas subterráneas terracampinas, cuyo evidente interés arquitectónico y su proyección sobre el paisaje que configuran bien merecería protección legal mediante la declaración de paraje pintoresco.

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Cooperativa Vinícola Comarcal

Ayer fueron aprobados los estatutos de la Cooperativa Vinícola Comarcal de Benavente.
Designación de la Junta Rectora Provisional
Más de treinta pueblos colaboran en esta acción.
El Delegado Sindical presidio una clamorosa Asamblea

Unos doscientos cincuenta agricultores vinateros, pertenecientes a más de treinta pueblos de la comarca benaventana, se reunieron ayer, en el Teatro Principal de la Ciudad de los Condes, en una Asamblea presidida por el delegado provincial de Sindicatos, don Manuel de Pablos Bravo, con el vicesecretario provincial de Obras Sindicales, don Nicolás González Salvador; el delegado comarcal de Benavente, don Carlos Gay y asesores jurídicos de la Delegación. Asistió también a la Asamblea el presidente de la Bodega Cooperativa “Virgen de la Bandera”, de Fermoselle, don José Cabezas Gonzalo.

Con la claridad y la libertad características de todas las reuniones sindicales, los asambleístas tuvieron ocasión de exponer sus problemas, sus dudas, sus recelos e inquirir toda clase de información de los mandos sindicales. Bien es verdad que tanto la Delegación Provincial como la Comarcal, ésta sobre todo, ha realizado, durante los últimos meses una importante labor de captación y propaganda por todos los pueblos afectados. Pero hacía falta esta reunión global, en la que contrastaran los resultados.

La Asamblea comenzó con una breve exposición del delegado comarcal, señalando las dificultades que se oponían a este movimiento cooperativo, citando como la principal la desconfianza de los labradores y sus dudas respecto a la financiación de la Bodega.

A continuación, el delegado provincial presento a los asambleístas a don José Cabezas y les invito a que formulasen cuantas preguntas quisieran en torno a la Bodega Cooperativa que él rige en Fermoselle. En un dialogo francamente fructífero, el señor Cabezas explicó todo el proceso de creación de la Bodega de Fermoselle. Manifestó que habían sido grandes los obstáculos y las dificultades, pero unos y otros fueron vencidos, merced al entusiasmo y a la fe de los cooperadores, que, en número de 265, construyeron una bodega de cerca de cinco millones de pesetas de coste y que, en su primer año de funcionamiento, ya se pueden palpar los beneficios en orden a la mejor elaboración del vino y a su colocación en los mercados a, precio superior al de los que quedaron fuera de la Cooperativa. Señaló, asimismo, que esos mismos cooperadores, convencidos de que marchaban por el buen camino, realizaron un tremendo esfuerzo para construir una almazara, cuyos beneficios pueden calcularse, sabiendo que antes las almazaras industriales daban al productor once litros de aceite por cien kilos de aceituna, mientras que la Cooperativa entrega a sus socios unos veinte litros y medio. Un sencillo cálculo descubrió a los reunidos que en un par de años se amortizaba el coste de las instalaciones. El señor Cabezas manifestó, también, que la bodega con capacidad para 105.000 cántaros de vino, podría liberarse en cuatro o cinco años. Todo esto ha provocado una saludable reacción en los no cooperadores, muchos de los cuales desean incorporarse a la Cooperativa. Tan es así, que ya se están tomando las medidas para proceder a la ampliación de la bodega.

Terminado este dialogo, que sirvió para abrir los ojos a quienes pudieran abrigar alguna duda acerca de la Cooperativa, el delegado provincial cerro la Asamblea, remachando las ideas fundamentales. Dejo bien sentado que ningún mando de la Organización Sindical tiene intervención alguna en las Cooperativas. Estas pertenecen, exclusivamente, a los cooperadores y son regidas por ellos mismos, sin injerencias de nadie.

Entre los reunidos se daba el significativo caso de hallarse presente una nutrida representación del pueblo vallisoletano de Roales de Campo, que quiere formar parte de la Cooperativa. Estos hombres, que conocen ya los beneficios de otra Cooperativa de tipo agrícola, tan pronto como se enteraron de la proyectada Bodega Comarcal de Benavente, solicitaron su inscripción y constituyen ahora sus más entusiastas impulsores.

La Asamblea en resumen, ha sido francamente provechosa. Al final todos los reunidos espontáneamente, firmaron los Estatutos y ellos mismos designaron a los miembros que han de formar la Junta Rectora provisional, en las que se hallan representados los pueblos de Castropepe, Villar de Fallaves, Villanázar, Roales de Campos, Moratones, Morales de Valverde, Villabrazaro, Villanueva del Campo, Fuentes de Ropel, Pobladura del Valle, Quiruelas de Vidriales, Valdescorriel, San Miguel del Valle, Quintanilla de Urz, San Esteban del Molar, Colinas de Trasmonte, Santa Colomba de las Carabias, Cerecinos de Campos, Barcial del Barco, Vega de Villalobos, Matilla de Arzon, San Agustin del Pozo, San Pedro de Ceque, Villalobos, Sitrama de Tera, Pozuelo de Vidriales, Santovenia de Esla, Villanueva del Campo, Santa Croya de Tera y Brime de Urz.

Esta Junta Rectora realizara ahora las gestiones pertinentes para la inscripción de la Cooperativa en el Ministerio de Trabajo y estudiar la financiación de la bodega o las bodegas, ya que lo mismo puede ser una que varias, situadas en distintas zonas vinícolas.

9 de junio de 1961





PASEO VIRTUAL POR TORO.

Si en Castilla tú has nacido
y tan bella tierra amas,
has de pasear por TORO,
un trocito de mi alma.

He paseado por TORO
junto a la Reja Dorada,
mi emoción de castellano
surge junto a su fachada.

He visto a Antona García,
a Pañón y a Botinete
que de forma virtual
vuelven al alba por verte.

Vileza llama la historia
“Lo del Conde de Marialba”
Que ejecutó sin piedad
tres toresanos del alma.

Y tu milenaria historia
-como alazán desbocado-
cabalga por mi memoria
como preciado legado.

Tus iglesias y conventos
-orgullo de la ciudad-
son valiosos monumentos
en arte y antigüedad.

En tus casas blasonadas
han vivido toresanos
que fueron abanderados
y prez de los castellanos.

Son parte de tu nobleza:
Portocarrero y Ulloa,
Monroy, Tavera y Fonseca
y el dominico de Deza.

Dos “vigías” tiene Toro
a quienes el amor ata:
el varón se llama Alcázar
y la mujer Colegiata.

Martín Costilla
Zamora, 27/01/2012

Ha sido proverbial y casi emblemático el desinterés de los poderosos por el cultivo del campo, como si la cultura fuera el polo opuesto de la agricultura, como si la civilización exigiera la huida del agro. Hasta que la realidad de las cosas les forzó a hacer de la necesidad virtud. Desde mediados del siglo XIX la agricultura ha sido en España un sector cada vez más intervenido, por exigencias económicas y de carácter social. La alimentación dependía exclusivamente del campo y la mayor parte de la población activa estaba ocupada en las faenas agrícolas. Tener aseguradas las subsistencias, sin depender del exterior, era un objetivo prioritario y hasta estratégico; y tener en paz a la población rural, al abrigo de ideas subversivas, era la mejor garantía del orden social. Había que aumentar a toda costa la producción agraria y evitar la desestabilización del campo. La intervención iría dirigida a corregir los defectos estructurales en la tenencia de la tierra, a fomentar los cultivos de primera necesidad, a mejorar las técnicas de explotación y a mantener un desarrollo sostenido que permita cierto grado de bienestar.

«Quien siembra en viña, ni siega ni vendimia»

Vendimia y Acarreo

Aquella labor agraria rutinaria de cargar y descargar varias veces al día, terminaba con el trajín del verano, al ir y venir con un carro, era el acarreo. No había que dormirse porque una vez terminada la siega, en todavía quedan traer muchas morenas de las tierras a las eras. Comenzaba el acarreo de la mies para amontonarla en la era y comenzar la trilla que eso sí que era otra obra de arte. A la puesta del sol y durante la noche, marchaban a cargar los tres o cuatro viajes reglamentarios, con la sana intención de terminar el primero. Los carros llegan bien cargados, descargan la mieses, extienden el bálago, preparan la trilla.

Se le da agua al ganado y atado a la talanquera, le dejan comer un rato. Mientras almuerzan amos y mozos con abundante pan y un cuartillo de vino. Terminando el almuerzo comienza la trilla, dos mulas arrastran el trillo dan vueltas sobre la mieses desmenuzando la paja, desgranando el trigo. A la parva la dan tres vueltas con dos queda la paja muy desigual, demasiado menuda por algunas partes, y muy gruesa por otras, quedando trigo por desgranar. Al caer la tarde el soviento, cara a cara con el aire hasta que se halle limpio el grano o terminen la parva. Entre tanto las horas vuelan y si el viento cesa, he aquí un día de atraso. Muertos, cansados llega un merecido descanso y a la hora de la cena le sigue unas pocas horas de sueño y con las mismas salen de nuevo al acarreo aprovechado el cierzo o amargacenas. Así todo el verano, por ello celebran como si de un día de fiesta mayor se tratase el último viaje que daba fin a la cosecha, al acarreo. Era el día de la butifarra el fin de verano se celebra con alegría terminaba la recogida del cereal. El trigo, el horcajo y la cebada ya está en la panera, hay motivo terminada la faena de un poco de jolgorio. Se equivocaba Antonio Machado, del espíritu que en sus celebraciones tienen en esta tierra sus gentes, cuando nos describe como gente seca y sosa con respecto al folklore dice; - “De campos sin arados, caminos sin mesones; atónitos palurdos sin danzas ni canciones”. Al contrario los terracampinos tienen buen humor, gracia y salero para con espíritu de burla "bautizar" a todos y a todo, también tienen facilidad para dedicarle un refrán o cascarrillo. No sabía Machado que el vino y la bodega son en Tierra de Campos fuentes de inspiración musical y poética.


En lo alto del carro se clavaba la horca purridera, con los guijos hacia arriba, y en ella se pinchaba un brazao de mies o se colgaba de ella un pelele hecho con prendas viejas, también se podía enarbolar una bandera nacional era la señal del último viaje de balago. Una vez concluida la trilla, se montaba una pequeña fiesta en la que se comía y bebía un poco más que de costumbre. La Fiesta de la Cosecha, se realizaba desde la época pagana para dar gracias por los alimentos recibidos, la Iglesia adoptó el ritual de la recolección, que garantizaba durante un año el alimento, al igual que otras costumbres antiguas. En la Edad Media se realizaba pan para la eucaristía, el día 1 de agosto con el primer trigo recogido. La celebración se realizaba tras haber sido completada la recogida de la cosecha. Había creencia sobre la existencia del espíritu del trigo, se realizaba un muñeco con la última gavilla de trigo, este muñeco era elevado y llevado a las fiestas con gran ceremonia. Pensando que el espíritu permanecía dentro, al término de las celebraciones era depositado en la casa de labor hasta la celebración el año siguiente.

Pero no llegan días de holganza, terminaba el acarreo y comenzaba la vendimia, todos a la tarea. Los preparativos consistían en tener a punto los carros, los canastos y los cestos de mimbre con los que se vendimiaba y en los que se transportaba la uva. También se preparaban las bodegas, limpiando el lagar, el pilo, el pozal y las cubas, cubetos, pipas, o tinos, del trasiego del verano, las pisaderas las prensas, los cocederos, barricas y cuanto es necesario para preparar la fermentación del mosto. Días antes de comenzar la vendimia se iba a las viñas para probar las uvas y comprobar su madurez. Se prueban las blancas, de jerez o malvasía, y también las tintas. Y es que las blancas son las que primero se llevan a casa, e incluso se escogen y recogen algunas para conservarlas un tiempo en el desván, colgadas en varales o esparcidas en las paneras sobre el cereal. Reconocida la necesidad de comenzar la vendimia, toda la familia se implicaba, niños, jóvenes y mayores. Montados en el carro, antes de salir el sol salían las cuadrillas de vendimiadores, temporeros de diferentes cosecheros en esa jerarquía no oficializada que había en cada pueblo, mujeres, hombres, mozas y mozos salían hacia el majuelo. En explotaciones pequeñas, las familias que tenían menos viñas se juntaban y se ayudaban en la tarea. No les hacía falta mano de obra, no podían pagarla, participaban niños y mayores. Los niños que no iban a la escuela, vivían activamente los días de la vendimia sumando en una tarea casi festiva. Incluso algunas familias adelantan la vendimia por si podían emplearse con alguna cuadrilla con la intención de aportar algún real al conjunto familiar. Todo se pagaba “a toca teja”, y es que el trigo y el vino fueron siempre, en casi toda la comarca, la única fuente de ingresos para muchos agricultores. Los carros y animales de tiro se engalanan, en sus cabezales colocan cascabeles y esquilas para acompañar con esa música las canciones propias del ritual. Un variado repertorio en general con letras picarescas, cantaban y bromeaban las distintas cuadrillas, en el trasiego del camino de ida y vuelta a las viñas.

Son días felices, de duras jornadas colectivas de trabajo y de convivencia. Al punto del mediodía se hace un alto en el fatigoso trajinar. Todo como en amable fiesta, típica y pintoresca, en la que los vendimiadores procuran recuperar las fuerzas del activo laboreo mañanero. Después, se hace el silencio en los campos bañados de sol. El calor de la hora y de la comida, junto con el cansancio y el madrugón reclaman un poco de siesta. Breve es el descanso, dado que la jornada requiere continua actividad. La uva en cestas urge sea trasladada en los carros, cuando no es a lomos. En tal caso la transportan pacientes caballerías formando fila en los caminos hacia el lagar. Y así hasta bien entrada la tarde, en que carros y recuas repletos de tan preciosa carga, dan su bella nota al paisaje en su crepúsculo. El cansino caminar de las caballerías es seguido por el alegre de los mozos y muchachas, risueñas y despeinadas. En su alegre caminar hablan y ríen, ahuyentando con sus amorosos cantos la otoñal melancolía del paisaje. Caminan emparejados, ocurrentes y parlanchines, sin pensar que la uva que cortó sus manos pronto sufrirá el martirio de la fermentación indispensable para convertirse en el jugo reconfortante. La operación de carga y de descarga, la ejecutan, los hombres por ser tarea fatigosa. El trabajo continuaba en el lagar, cuando ya los pies apenas obtenían mosto, se apelaba a la prensa. Rampojo y hollejos se amontonaban cuidadosamente haciendo pie para el “castillo” de tablones, coronado por la “marrana” sobre la que apalanca la viga.


El pueblo se transforma durante la vendimia, cambian las costumbres, las ideas, las pautas de comportamiento social, los sistemas de valores. Durante la vendimia se van a admitir comportamientos no aceptados socialmente, el trabajo en el campo compartido de hombres, mujeres y niños. El contacto entre personas de distinto sexo se intensifica y se observan comportamientos no habituales durante el resto del año, tales como incipientes formas de camaradería entre chicos y chicas, conversaciones, subidas de tono, que no sería decoroso mantenerlas en otro lugar y en otro tiempo...

La gente sólo habla de una cosa de la jornada, se cruzan apuestas, desafíos acerca de quien ha cortado más uva ese día y quién va hacerlo el siguiente. De carácter popular en cuanto al contenido ya que retrata la rivalidad, entre las distintas cuadrillas, son las cuñas, pullas o púas, que serán la antesala de las lagaradas. Una cultura basada en tradiciones, alegría, miseria y cestos de mimbre, en la que no falta la picardía, eran las púas unos dichos rimados, desenvueltos, obscenos, que se intercambiaban en periodo de cosechas y vendimias. Aparecen ya en el Diccionario de autoridades:
«Dicho obsceno u sucio de que comúnmente usan los caminantes, cuando se encuentran unos à otros, u a los labradores que están cultivando los campos, especialmente en los tiempos de siega y vendimias. Y también se suelen usar entre las familias por burla de carnestolendas».
Como descripción de lo que ocurría en la España del XVIII, añade:
«Se toma también por expresión aguda y picante, dicha con prontitud».

Agapito Modroño Alonso, las define:
"Las púas eran imprecaciones en forma de pregunta y respuesta que se lanzaban unas cuadrillas a otras cuando se encontraban por los caminos a la ida o al regreso, o pasaban junto a la viña donde otra vendimiaba".

- Aquí tenemos un mandril.
-¿Paqué?
- Pa joder a esos que van ahí.
- ¿Con qué?
- Con la viga de un lagar.
- ¿Dónde los bautizaron?
- En la pila los marranos.
- ¿Cuál fue el agua bendita?
- Meaos, meaos.
- ¿Quién fue el cura?
- Vicente Cogorza.
- ¿Qué nombre les pusieron?
- Bezaos, bezaos
.

- Aquí tengo una i.
¿Para quién?
- Para ese que va ahí.
¿Dónde lo bautizaron?
- En la pila de los marranos.
¿Cómo le pusieron?
- Salvaos, salvaos
.

-¡Oh glorioso San Antón!
tú eres santo y yo soy burro,
y todos los que me están escuchando,
que me besen el culo
.

[Bezaos: Cabestro].

Otras manifiestan cierta rivalidad entre los pueblos vecinos:

- En Castroverde de Campos,
mataron un burro,
y en Barcial de la Loma,
se lo comieron crudo.

- Almenara, Bocigas,
- Puras y Llano,
son cuatro pueblecitos,
de chicha y nabo

- Las mocitas de Villarmentero,
llevan las bragas de cuero,
y cuando van a mear,
llaman al guarnicionero
.

- Los cojones del cura de Villalpando,
los llevan cuatro bueyes y van sudando,
en cambio el de Arganda,
se los va pisando mientras anda
.

La sana rivalidad entre los pueblos muestra un amplio repertorio con numerosos dichos, refranes y sentencias:

- Los de Abraveses, siembran pan y recogen nueces.
- En Calzadilla de Tera, pocas casas vacías y muchas llenas.
- Estilo santa Marta, el que quiera pan que lo parta.
- Camarzana de Tera, mucha bambolla, y el puchero a la lumbre con agua sola.
- Junquera, La Milla y Villar de Farfón, son los tres pueblos de la maldición.


Son los olores de septiembre y octubre entre el verano y el otoño, cuando se procede a la recolecta de la uva y al inicio de la elaboración del vino del año. Una época de ritual, para aquellos que han vivido y vuelto a sus orígenes en aquellos pueblos casi olvidados donde por suerte había y sigue habiendo viña, a pesar de las políticas de arranque y olvido.

Vendimiadores y vendimiadoras, se inclinan a cada momento, unos para cortar racimos otros para coger las cestas y transpórtalos a los carros que aguardan en el camino. Canturrean para hacer menos penosa la labor. Entre tanto que los vendimiadores cortan racimos, los pisadores los estrujan y en las prensas tiran de la marrana, transportan el líquido extraído a las tinajas cocederas hasta llenarlas.

Montañas de racimos cubren ya el suelo de los lagares uvas blancas y negras se confunden, mezcladas bajo las plantas de pisador y estrujadas en las prensas. Los pisadores echados atrás los brazos o cruzados delante, comienzan la danza sobre el fruto, movimiento uniforme que aplasta los granos y hace salir el líquido que contiene. Producen un chapoteo especial y un olor penetrante. Las raspas y los hollejos resisten la presión de los pisadores, mas no al esfuerzo de las prensas.

Las cuadrillas de vendimiadores se dividen en dos o tres secciones, la primera escoge y corta las uvas mejores para casca o madre del vino, la segunda más numerosa vendimia el fruto bueno del mosto y deja en la cepa los racimos verdes secos o dañados y por último los demás vendimiadores recogen las uvas que los demás hayan dejado a excepción de los agraces, las secas y las podridas o dañadas.

Tras los unos y los otros llegan los más infelices, los que no van a recoger el fruto de la vid por capricho, los menos escrupulosos, toman lo que quedo, bueno o malo. Racimos enjutos, secos antes de madurar y agrios, aprovechan esas pobres gentes, quizás les evite algún ayuno forzoso. Esos son los que, llegada la poda recogerán los sarmientos endurecidos y de ellos el fuego para sus hogares.

Compartíamos carros, caballerías, esfuerzo… antaño era costumbre en la vendimia restregar la cara de novatos principiantes y a los mozos más fanfarrones, oficiada por el grupo de mujeres generalmente casadas, con las uvas más negras, tempranillo o tinta del país. Cuando el mozo se envalentonaba, entonces era peor, la lagarada se iba directa al sexo. La operación siempre encontraba el apoyo de algún hombre de la cuadrilla. Todo ello lo animaban las mujeres ya casadas, con picarescas insinuaciones tanto a mozos como a mozas. Incluso se libraban batallas de este tipo con otras cuadrillas. Cuadrilla contra cuadrilla. Unas prácticas festivas propias de la vendimia, venían subidos a los carros de recoger la uva cantando, estarían agotados pero lo disimulan con la alegría que traían y las caras sucias de las lagaradas.

“En la Tierra de Campos… los majuelos desaparecieron hace años. Nostálgico se tornó el panorama. Con ellos se fueron brazos, hábitos y dichos centenarios. Y hasta del carácter de aquellas gentes se llevaron algún perfume. Que privados del risueño verdor de las vides, hubieron de posar sus pupilas en hirsutos rastrojos y en agrestes barbechos, duros como la mirada del lobo.”


Geñito, el último alguacil

A Miguelito, el alguacil

A Miguel Iglesias Rabanales, el amigo.


Con tono llano y faz de campesino
como un abuelo que parte su ternura
bailando Miguelito es " un figura"
que convierte en humano lo divino.

Y cual pastor sentado en el camino
que observa desde lejos la llanura
de un pueblo que desea la cordura
que es saborear un vaso de buen vino.

Dialogas en la calle con la gente
sin más ceremonia, como hermano
cultivas los jardines diligente.

Contagias a los viejos tu alegría
con optimismo y fe de buen cristiano
eso si que es tener sabiduría.

Claudio Villafáfila.


[…] A Teodoro, Teodorín para los de su edad, le hubiera gustado leer este poema tanto como a mí. Muchos se acordarán que Teodoro vitoreaba a Miguel en el baile de Baldomero cuando hacía pareja con mi prima Dorina, la hija de Picalías y cuando jugaba a la pelota:

- ¡ "Ole ahí Geñito, hay que ver cómo se estira Geñito" !... [...]

Geñito, era el diminutivo afectivo y filial de Miguel, hijo de Eugenio Iglesias.

Marcelo Rodríguez